viernes, 20 de noviembre de 2009

198.- LA CONVENCIÓN
Todas las sillas sentadas igual y de un parecido asombroso.
-¿Se trata de una convención de espejos?- pregunté, ay de mí, esperando respuesta.
-Dese la vuelta- me indicó el taburete que andaba fijado en el suelo a mi lado-. ¿Ve esa taberna al
otro lado de la calle? Está llena de gente. Siempre lo ha estado.
-No entiendo-. Pensé en voz alta.
-Mi abuelo, el mejor taburete de toda la familia, había trabajado allí. Y también lo pusieron fijo-
añadió-¿ Sabe cual fue la primera pregunta que se hizo el primer día allí?-.
Le miré, literal y metafóricamente, por encima del hombro y con apenas un grano de curiosidad en
la barbilla. Mas, le fue suficiente.
-¿Cual?- Le pregunté aburrido.
-¿Se trata de una convención de espejos? Dijo el viejo. ¿Lo entiende ahora?- Sonrió el taburete.

197.- Caminar
Salgo a ella cuando nadie hay y refresco mi alma con su magia inmortal y ensayo un poema que la brisa del mar no escuchará y lloro una lagrima que el viento en sus alas ha de llevar y paso por el bar aquel que fuera antes mi lugar y mas allá esta el mar a donde mas tarde he de acabar porque la magia de estas horas con la Luna que testificará, harán pensar que estaba ebrio cuando en realidad solo estaba mal…
Y vuelvo al mar a donde las gaviotas están, y de él de nuevo al bar a tomar un poco de coñac, y viendo aquel letrerillo: Rvbicon Bar, otra lágrima se me caerá, y el viento de esta tarde, sobre esta calle del sol, que azotará, finalmente arreciará…

Y anochecerá.

196.- TRASPASO
Como cada mañana al alba el bar volvía a estar reluciente. Durante los últimos cuarenta años Pepe y María se levantaban a las cinco, tomaban el desayuno y se dirigían al negocio que ahora iban a traspasar. Sobre todo, les gustaba servir café, porque la gente que se sentaba a tomarlo se pasaba las horas charlando concentrada en una burbuja de tranquila intimidad alejada del mundo. Algunos incluso llegaban a apagar su móvil para que nada perturbase esa atmósfera mágica que sólo se consigue alrededor de una mesa degustando una taza de café y una conversación amiga. Ése sería el último día en que tendrían el honor de entrar en las burbujas de los demás, pero les tranquilizaba pensar que una pareja joven tomaría las riendas del bar con la energía y las ganas con las que ellos comenzaron. Antes de abrir, se dieron su beso diario. Otro día comenzaba.

195.- Y la miras una vez más a los ojos.
Y la miras una vez más a los ojos. Y te decides a hablar. A decirlo por fin, a sacar de tu alma lo que te oprime, aunque duela.
-Quiero el divorcio. – Y duele mucho más de lo que creías posible.
Las tazas vacías ya de café. La cara rota por el dolor y la sorpresa. La boca seca. Los ojos inflamados.
- No puede ser, no puede ser, no puede ser - cien veces repetido.
-…
- ¿Por qué? No lo entiendo. No lo puedo entender.
Y sabes que es un sitio al que no vas a poder volver a tomar café nunca más. Y sabes que ese café dejará amargor en tu paladar durante años. Y sabes que por esa calle pasarán durante décadas los fantasmas de este momento indeseable y tan anhelado.

jueves, 19 de noviembre de 2009

194.- El enigma en el reverso
Con la mochila llena, emplearon el día entero visitando los alrededores. Todo listo. Una calle llamada Sol, una ciudad llamada Santander, un reloj que marcaba las ocho, un manuscrito dividido en dos mitades, un pescador y dos desconocidos.
Campanadas, lluvia y ambos se encuentran.
Él porta el pincel de bronce, ella guarda el diario de los difuntos. Ambos unen el pergamino. La información adquirida no bastará.
- Hablaremos con el pescador, siempre guardan secretos- dijo él.
La respuesta fue bastante escueta. – El enigma siempre se encontró en el reverso del Sol- dijo el pescador.
Completamente extenuados, pero excitados todavía por la emoción de aquel momento, no importaban las escasas horas que ambos habían dormido antes de aquel encuentro.
Frente a ellos, la imagen del cuadro del difunto, se reflejaba en el cristal. Se miraron y una sonrisa de satisfacción les unió en un apasionado beso. El enigma estaba resuelto.
193.- Titulo-A Carlos Salomón 1923-1955
Como cada tarde la menuda figura del poeta se recorta en el mirador..manos en los bolsillos , gesto concentrado y en los hombros la tensión del que espera.
El poeta es jóven , tiene mirada oscura , reservada , de niño seriecito . En ella se refleja sin ser vista-Como cada tarde- la aguja afiladísima de la Iglesia del Carmen.
El poeta la espera.
Siempre ha creido que la verá aparecer por ahí.. bajará ligera y bellísima por la calleja de Arna y al llegar a la esquina aflojará el paso , sonriéndole hasta llegar a su verja.
El poeta del Corazón sonámbulo sabrá que es ella , acudirá sereno y valiente a esa cita..Podrá –Por fin- ponerle rostro y voz , coger sus frios dedos y partir con ella.
El poeta espera.

192.- Mauro.
Mauro, sentado como otras noches en un taburete, bien anclado a la centenaria barra del bar, contemplaba con una mirada tan balbuceante como sus palabras la enésima copa de tinto.
- Rrrafa, es un rrriojita ¿verdad?- preguntaba sin desviar la mirada del divino caldo.
- Claro, coño. Me lo has preguntado diez veces - contestó molesto Dani, a quién nadie sabe por qué, Mauro llamaba Rafa.
Poco minutos después.
- Rrrrafa ¿Qué vino es ‘ste? ¿Un rioja?
- Sí, joder. Un Marqués de Cáceres.
- ¡Hostias! Ssshaval, Pos passer exdremeño ‘stá cojjjuno. ¡Que buena gente los exdremeños!
Dani se reía disimuladamente mientras seguía limpiando la barra.
- Rrrafa ¿Sabe? Yo tuve una novia exxxdremeña. La jodía me dejó. Por borracho decía. ¿Qué coño sabrán ellas?
Y Mauro siguió consumiendo la noche y su recuerdo a pequeños sorbos mientras su mirada se ahogaba en la copa vacía.

191.- VIENTO Y LÁGRIMAS
Volvió a pasar por la ventana del bar. Recordó sin esfuerzo la mañana del año anterior, cuando entre un paquete de Nobel mojado en llanto y un triste café sollozaba a Fermín que su padre había vuelto a hacerlo. Volvió a sentir el desgarro de la conversación, las palabras que contaban el insoportable dolor por el dolor de su madre…Ahora todo había acabado. Miró hacia dentro. Entre mechones castaños y tabaco rubio una chica hablaba por el móvil. Alcanzó a ver en sus ojos infinitas lágrimas. Recordándole a sí mismo quiso entrar, salvarla de algún modo, arrancarla de aquel momento.
El cristal estaba ligeramente empañado, lo suficiente para escribir en él: .ÀRAVELL OL ES OTNEIV LE ,EHCRAM ES EUQ SAJED IS
La chica alzó la vista. Como una visitante inesperada una luz amaneció entre tanto caos.
Entre ambos lados del mensaje se cruzaron las sonrisas.

190.- DISFRACES
Fue a buscarla al bar. La vio. Bella, imprecisa, inalcanzable.
Se conocían: directora y actor en la escuela de teatro.
-¿Puedo…-dijo él.
Ella asintió y esperó. Cuando él empezó a hablar, ella cerró los ojos.
- Creí que la única belleza que no dolía era la de las palabras: me equivocaba. Pensé que la belleza que más dolía era la de los silencios: me equivocaba. No me duele lo vulgar y cuando soy vulgar no sufro. Sólo si me acerco a ella tanto que pueda rozar sus espinas muero. He muerto muchas veces y sigo muriendo. No me canso de morir, porque sé que es la única forma de vivir. Dejar de morir es dejar de vivir, y entonces prefiero la muerte a una vida sin vida…
Ella, atrapada en la realidad de sus sentimientos, deseó con dolor que muriera la ficción.
-El papel es tuyo. –dijo llorando invisiblemente.

189.- ¿Las verás?
Desde chaval, toda una vida detrás de la barra, sirviendo cafés, cervezas, vinos, copas…, vasos y vasos llenos de hielo, colillas y colillas recogidas del suelo, ya las canas pueblan tus cabellos, cejas y barba, mil historias desesperadas has escuchado, tachas y tachas quinielas que terminan suicidándose contra el suelo, sirves y aguantas, y entre el “buenos días caballero”, “buenas tardes, ¿qué desea señorita?” y “buenas noches jóvenes, no monten tanto bullicio”, va pasando tu vida, siempre te recuerdo en pie, jersey gastado por enseña, delantal manchado por peto y ojos cansados que como dos faros de mar van deshojando lunas. Dime, ¿dónde dejaste el amor?, te darás cuenta alguna vez que detrás de ti, una mulatita preciosa te sonríe y una muchacha vestida con sus mejores galas, deja caer sus lágrimas de alcohol, cada vez que la sacas de su estancia a bailar.

188.- MICRORRELATO
En la calle del Sol, a la sombra de todo, un hombre vivía como si nada.
Sabía que en el Rubicón nadie cuestionaba que estuvieras solo, así que fue a tomar una cerveza. No pensaba en nada cuando vio una extraña foto anunciando un concurso de microrrelatos. Aunque no sabía qué significaba siguió leyendo, y al encontrarse con el límite de 150 palabras, quiso, por curiosidad, saber cuánto daba de sí esa cantidad. El hombre, que no conocía nada mejor que la rutina grisácea y monótona de su propia vida, se introdujo en él sin querer, y sin querer se quedó allí durante horas.
Cuando a la mañana siguiente sonó el despertador no recordaba nada. Desorientado, vio sobre la mesilla un tremendo fajo de papeles. Se acercó a ellos. “En la calle del Sol, a la sombra de todo, un hombre vivía como si nada”. Contó los folios. Eran 150.

187.- LA MIRADA AL REVÉS
La mujer de los ojos prestados vivía sabiendo cosas que no sabía, conociendo gente que no conocía. Un día que, como cada noche, reposaba lenta en el Rubicón, llegó un hombre.
-Usted tiene mis ojos, y yo quiero recuperarlos –dijo él.
La mujer de los ojos prestados miró al hombre y vio en sus ojos lo que ella era.
-Usted también tiene mis ojos y yo también quiero recuperarlos –dijo ella.
La larga búsqueda había acabado. Condenados a ver y a verse por los ojos del otro hombre y mujer se fueron juntos, con la certeza de no querer renunciar jamás al espejo de sus miradas.

186.- Rafael y la vaca
La vaca, hasta las tetas de decir muuuú, le preguntó a su dueño si podía cambiar de tema. Cuando éste, extrañado, le dijo que sí, ella comentó:
-Es que a mí, de lo que realmente me gusta hablar es del libro de poemas "Marinero en tierra" de Rafael Alberti.

185.- Sin título
La primera vez que escuché cantar a Javier Bergia no había cenado, llovía fuera del Rubicón, y casi al final del concierto tu hermana me llamó por teléfono para decirme que te acababas de matar en un accidente de tráfico. El volumen de Aquellos años verdes me impidió tomar nota del número de la sala del tanatorio en el que esa noche iban a velar tu cuerpo, así que opté por la decisión más difícil: esperé que Javier terminara su segundo bis ¬¬—no quería molestar¬¬—, me levanté muy despacio de la silla, respiré hondo mientras recordaba algunas de las cosas que había olvidado para siempre, me acerqué a la barra, pedí otro mojito [papel y bolígrafo, por favor], y me puse a escribir las notas para un microrrelato que al día siguiente envié a un concurso de mala muerte al que nunca debería haberme presentado.
184.- Hartos de Gilipolleces
Callejón del Swing , julio del 2010. Emilio Gorras interpreta ante un público enfervorecido su versión heavy del Ojala de Silvio cuando se abre la puerta del local y al grito de ¡Todo al mundo al suelo, coño! Irrumpen las fuerzas del orden. Silencio. ¡Ya estoy harto de gilipolleces!, es Emilio que guitarra en mano se arroja contra un agente que le esquiva y le suelta la media hostia no tiene. Silencio nuevamente. Entonces sucedió, los clientes y el personal del local se abalanzan contra los policías y estalla una orgía de violencia musical zombie que rápidamente se extiende por el Rubicon, Urban, Zapa y otros garitos de la zona. ¡quememos la bastilla!, no hay, ¡pues el palacio de la Magdalena!.
Al amanecer la revuelta ha sido sofocada, el incendio no. El alcalde llora, sabe que sin palacio nunca seremos capital cultural de Europa.

183.- CALLE DEL SOL
Se llamaba calle del Sol pero allí nunca amanecía. Era un raro fenómeno que maravillaba a los extraños pero que los vecinos asumían con aparente normalidad. Entrar a la calle del Sol era como pasear por un túnel en el que siempre se podían ver las estrellas. Aquí dentro el tiempo pasa más despacio, me dijo un viejo camarero, aunque se envejece igual, lamentó mostrándome sus manos arrugadas. No es malo envejecer, dije yo. Es una putada, pero es mejor que morirse, respondió él. Me quedé a vivir allí durante un tiempo, no sabría precisar si fue mucho o poco porque las semanas eran una sola noche gigantesca. Un día me desperté y el sol entraba por la ventana. Bajé al bar y lo encontré cerrado. El viejo ha muerto, me dijeron. Desde entonces no ha vuelto a anochecer y en la Calle del Sol siempre es de dí

182.- VACARTE
Había tenido un mal día, un día realmente horrible para ser exactos, y me tumbé en la playa a descansar, a dejar la mente en blanco y todo eso. Era invierno y el sol me calentaba con la ternura de una manta de cuadros en un sofá. Me quedé dormido. No sé cuánto tiempo estuve sumido en una inconsciencia en la que logré no soñar con nada. Sí recuerdo que me desperté temblando de frío. Se ha nublado, pensé. Sin embargo, al abrir los ojos, observé que el cielo seguía despejado y que lo que se interponía entre el sol y mi cuerpo era una enorme vaca blanca. El animal me miró fijamente unos segundos y, después, se dio la vuelta y se tumbó mirando al mar. Yo me incorporé y me senté a su lado. Ninguno de los dos dijo nada. Y era como si fuésemos viejos amigos.

181.- “La música del alma”
Esta noche sin luna, sin estrellas, una atmósfera húmeda y fría acompaña mi caminar al entrar en la calle del Sol, oigo unas risas que llaman mi atención, dos mujeres bajo la fina lluvia bailan con sus brazos extendidos y la cabeza alta, descubro que la música brota de ellas en forma de alegría, música que comparten conmigo unas décimas de segundo al cruzarse mi camino y el suyo, ahora soy consciente de que en mi rostro hay dibujada una sonrisa, bajo mi cabeza mirando mis pasos mientras reflexiono. Entro al Dolmen lleno de gente y humo, me encuentro con la mirada de un viejo amigo que sale de detrás de la barra para darme un abrazo.
-Qué sonrisa más bonita traes.
-Será… ” La música del alma”.
Y por unos instantes nos miramos compartiendo un hermoso lugar en el que solo podíamos estar él y yo.

180.- Calle del Sol
Mirad como ha avanzado la noche; como se ha vuelto bella; yo recorro noche a noche esta calle y he caminado, en realidad, otras calles de otras ciudades; pero es realmente en esta que es también mi localidad donde mi alma respira mejor a la Luna y siente mas cerca el aroma de Dios, cuando la señora soledad, me cobija.
Cuando voy por sus aceras no ando como otros haciendo bulla con mis pasos; solamente siento que avanzo y ni siquiera los perros de esas horas, que ladran a cualquiera, me ladran, sino que la Luna me baña por completo con su magia y me vuelve de plata como esta calle se vuelve traslucida, cuando sale la llena Luna.

179.- Soledad
Miren la Luna, observen la noche, hay algo celeste tras la Luna que parece poesía y las gentes que ahora no están, lo hace magia. Algo hay, no les miento, en las calles solitarias que no las hacen tan solitarias y para un alma tan solitaria como la mía, es como si estuviera en casa. Otra persona cualquiera en su sano juicio que iría por alli, a medianoche, no andaría como yo, gozando, seguro iría palmo a palmo viendo los riesgos que tienen las calles solitarias, pero yo que hago poesía de ellas, como ya lo dije, es como si estuviera en casa.

178.- Emigrante
Ayer viernes compré mi billete de autobús aunque el lunes no era día festivo y no volví a pisar tierra hasta media noche. “¡Cómo pueden llamarse ciudades las dos!” y había dejado ya muy atrás la estación. Fui caminando despacio con la mochila a la espalda, respirando humedad y sal. Me podrían haber tomado por vagabundo pero sabía muy bien cuál era mi dirección. Cuando uno ha vivido hasta los 24 años en Menéndez Pelayo has pasado necesariamente por sus calles próximas y en mi caso había habitado la calle del Sol, le había regalado mil recuerdos insignificantes que simplemente eran casi toda mi existencia. No llamé a ningún amigo, ni me fijaba en otros que caminaban también. Llegué a las dos o tres de la madrugada. No lo sabía porque no tenía reloj. Me senté en un portal para observar los edificios y por fin me quedé dormido.

177.- He visto a tantos pasar…
Hogares que cambian de manos, aparentes cambios intrascendentes con pocos testigos y sin embargo, hechos cruciales. Vidas que se esconden sobre mí, ilusiones que comienzan, proyectos que cierran, mujeres que lloran infidelidades, cafés de tarde, cervezas nocturnas, confesiones de madrugada. Y aquella fachada de cristales adornada por papeles fosforitos publicitando estadística, macroeconomía y física. Cursos de mañana o después de comer o cuando ya se pone el sol. Un hombre muy deteriorado que fuma miles de cigarros negros sin tocarlos, hasta que se consumen en el cenicero. Los estudiantes le muestran sus cuadernos y él corrige. Por no tener quién le diera amor lo ofrece todo a putas y crece la deuda exponencialmente, como los ejercicios que explica. La decadente academia llora mutilada por papel de estraza la suerte del profesor mendigo, que duerme en su coche y sueña problemas.

176.- Las tijeras
El amante llegó con una primavera celosa en forma de ramo bajo el brazo. Llegaba tarde, la prisa le hacía surcos de sudor sobre la frente, cruzándole como un riachuelo la cara. Para subir a la calle del Sol inspiró fuerte, y subió prácticamente a tientas los últimos metros, sufriendo ya prácticamente el desamor por la tardanza.
La amante miró el reloj y en vez de agujas, dos alfileres le ahogaron la vista. Una vez más, suspiró. Traía unas tijeras en el bolso, harta ya de la confianza, de la espera, de los atascos y de las medias naranjas hechas zumo. Cortó entonces pulcramente el fino hilo que le unía al amante, y se metió decidida y sola en el primer bar de la calle.
Al cortarse el hilo, el amante rodó calle abajo, desolado. Las flores, aburridas de su belleza, se abismaron también con los restos de su corazón.

175.- HOMBRE BAR
El pasado está en sus ojos, se puede leer en sus párpados abultados que caen sobre unos ojos que conocen el mundo. En una época tuvo la mirada perdida, hasta que un día sostuvo entre sus manos un billete de barco para emigrar. ¿Quién iba a querer a un borracho? Lo único que siente es que pocos lo extrañaron, sus hijos fueron creciendo al cobijo de una madre que recibía mes tras mes, un dinero que le permitía subsistir. Creyó que el retorno sería su época dorada, olvidará, olvidarán. Ella nunca quiso volver, sigue sola, la acompaña una de las hijas. Y ahora está de nuevo en el bar, ahora vuelve a perdérsele la mirada. Atiende a los clientes desde detrás del mostrador, algunos lo invitan a una copa para brindar por los viejos tiempos, rehúsa. Es mejor ser el dueño, que un cliente. Eso se lo enseñó el tiempo.

174.- DESAHOGO
No pretendas que el sol salga sin ti, no aspires a que la luna se quede en el cielo esperando la marea. Soy la mar, voluptuosa, a un paso del silencio. Tus palabras devienen callada protesta a mis atardeceres en soledad, al lecho sin tus olores de hombre. Me adormezco con el ruido de mis olas que protestan ante tu escape tierra adentro.
El amor es un espejo en que deseo mirarme, un espejo para que el mar se adueñe del azogue y de mi rostro reflejado en tu cara. Tus ojos escudriñan, reprenden, acarician con el celo del que siempre regresa, del que avanza entre las saladas aguas de mis besos.
El Amor es un grito en el pecho. Por eso vengo todas las noches a acallar esos desgarramientos, a desaparecer en cada copa para renacer al otro día, a esperar que salga el sol y regreses.

173.- El Encuentro
Ramiro, camarero del Calma Chicha, aunque aparenta más, tiene cuarenta y tantos; es tan enjuto, como de palabras escaso, y, su rostro es el reflejo de una saludable mala vida. Tan discreto en sus actos, cuando te habla, en susurros, una confidencia parece que te ofrece. La clientela, con sus "dimes y diretes", dice que estuvo en un brete de casarse con una gitana guapa. Solitario, hasta jugando a las cartas, desde el otro lado de la barra, te silencia el pensamiento con legítima mirada. Marisol, fiel parroquiana del local, con vehemencia aspira a conocerlo, lo observa y lo interroga con la ausencia de palabras. Ramiro corresponde con su sigilo misterioso. Es su secreto a voces, su deseo de encontrarse; nuestras sonrisas cómplices, expresadas con miradas, esperan el desenlace de ese encuentro cauteloso.

172.- Ella tenía 19 años
Ella tenía 19 años. Desde la vez que le vio en el bar Dolmen de la calle del Sol, ya no se le pudo quitar de la cabeza. Investigó. Acudía al mismo bar a diario. Ella seleccionó día y hora: Martes y Jueves a las 19:30. Esos días ella pasaba por delante de la ventana del bar para verlo. Siempre de espaldas. Siempre él y el camarero. Ella paraba unos minutos, le observaba y continuaba su camino. La misma rutina semana tras semana. Se convirtió en la razón de su existencia. Dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo para acudir puntualmente a su solitaria cita. Ella no lo sabía pero él la veía llevar a cabo su ritual a través de un pequeño espejo situado estratégicamente en una de las columnas del bar. Un día él se giró. Ella cayó muerta.

171.- DARWIN + MARX = PELIGRO
Los mugidos de guerra resonaron triunfantes entre les edificios, arrasando con todo a su paso. ¡Temed! El Sindicato Bovino Libertario hablaba en serio, o nos tomamos a pecho eso de “No Matarás” o la cosa se va a poner carnicera…
La Revolución ha comenzado, y, si no cedemos rápidamente a sus demandas, nuestras ex-hamburgesas hundirán sus pezuñas en nuestros cráneos.

170.- Koan: La Respuesta
La vaca finalmente había comprendido. Durante cuarenta días y cuarenta noches de intenso ayuno había observado sin cesar al mar, buscándole alguna explicación a su vaivén errante. Y la encontró: la danza incesante de las olas contiene un mensaje inequívoco, el cuál es confirmado de manera irrefutable por la espuma que muere sobre la arena.
Los océanos dicen la Verdad.
Pero, cómo nadie le pregunta, ella calla.

169.- Qué va a ser.
En silencio entro en el único bar abierto. El chirrío del suelo de madera que recorro hasta la barra, denota mi presencia. Tras ella, el camarero me observa a la espera de escuchar al primer cliente del día.
-Un carajillo.
El arqueo de sus cejas hace que dude pero, antes de que me pudiera arrepentir, mi cabeza hace un movimiento involuntario reafirmando así mi solicitud.
Absorto en mis pensamientos observo cómo el brandy se evapora y, con el ruido de la bomba a presión de la cafetera, vuelvo a mí ser, analizando y disfrutando de esta delicia de la que participan todos mis sentidos.

168.- Ellos
Estaba allí, como cada noche. Marchita. La mujer que él dejó escapar. Y sin embargo, era ella la que sufría. Era ella la que se sentaba día tras día en la barra a apurar el liquido bermellón de su copa, no él. Los niños se burlaban, pero era él quién sufría al oírles reír. “Bruja, bruja” susurraban al verla pasar. A ella tanto le daba. ¿Y él? Tantas noches allí, contemplando un amor muerto. Y aún no le encontraba sentido a su decisión.
167.- HORA PERRUNA
Son las ocho de la tarde de un lunes cualquiera.
Paseando por la calle del Sol buscando un lugar donde descansar de las contrariedades del día, descubrimos que es hora de pasear a todos los perros del barrio que se tumban en tertulia perruna mientras sus dueños hacen de este rato su gran momento de conversación en esta calle, que han hecho peatonal recuperando terreno al avance de los coches. ¡Qué gran acierto!
Empujando una puerta estrecha que se cierra a nuestra espalda, hemos encontrado un sitio especial, a la vez refugio y esparcimiento, y nos hemos sumergido en una música liberadora que nos trae ideas y sueños de otros tiempos.
Pedimos cerveza y unas palomitas de sorpresa nos atrapan con su sabor picante, despertándonos recuerdos.
Hoy descubrimos el Rubicón pero habrá más lunes y volveremos. Queda toda una calle llena de vida por descubrir todavía.

166.- Microrrelato
Rvbicón
Chica, voz nerviosa, literatura obvia, empieza a conocerse.
Chico, voz alta, grave, música agresiva, complejos disfrazados con testosterona.
Chico:
-Estaba en el Dolmen con estos. ¿Esperaste mucho?
- No sé. – Indiferencia
-¿Qué te pasa?
- Nada
- ¿Tiene relación conmigo?
7 segundos
- Si…
14 segundos
…“Creo que” no quiero estar contigo.
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-¿Qué he hecho? –Hostilidad
Bajito – No es lo qu…
- ¡¿CÓMO QUE NO?!
Música tranquila. Gente mirando
- No me grites por favor
- ¡¿¿Ahora eres tú la victima??! Gritaré cuando quiera
- Me voy
- ¡Ni siquiera sabes por qué me dejas!
- Quien no lo sabe eres tú.

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Volvamos con “Creo que” ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
- ¿Estás segura? - Amenaza
Si lo estaba
- … No… - Contesta hacia sus palomitas
- NI SIQUIERA lo estás, - Presión - deberíamos hablarlo, - Presión - ME lo debes. - presión insoportable.
- Vale. - Fin de la presión
Nervioso – Piénsatelo más. - Suplicó
- No sé… - Contestó
- ¿No sabes? - Reprochó
- Vale. - Concedió
- … te quiero… - Esperó
- Y yo a ti. -Mintió

165.- Remanso
Aquella mañana la empresa despidió a dos inmigrantes ilegales y nadie entendió que defenderles alejaría el riesgo de irnos todos al paro.
Al pasar por la calle Del Sol reconcomiéndome camino de casa entré a tomar un vaso en el sitio de siempre y me ha envuelto una canción de Jacques Brel acompañada de guitarra.
El vino desprende su profundidad rodándolo por la boca y al bajar acaricia generoso mi garganta.
Detrás del mostrador un mural representa el legado de François Villon, y una paloma echa a volar llevándome en sus alas.
Desde el fondo del local viene a ratos el ladrido de un perro noble, recordándome que hace años tenía dos podencos y recorríamos juntos el monte hasta la puesta del sol.
Presto atención y oigo “Ne me quitte pas” enarbolado como una pancarta.
Pido otro vino. El que canta derrotado es uno de los despedidos esta mañana.

164.- Sin titulo
-“Hay que avisar a tu hermano…Creo que sigue viviendo en la calle del Sol”
La luz de los Carmelitas me acompaña a tu portal…¿Debería de sentirme raro llevando un abrigo sobre el pijama?
No lo sé , sólo va mi cuerpo.
Y es ese caparazón el que te suelta a bocajarro que papá ha muerto , que no lo esperábamos y que lo encontré tendido en el suelo del mirador. Así , del tirón , sin anestesia…Este cuerpo mio deshabitado es lo que tiene el cabrón : Empieza a hablar
Y pierde la prudencia.
-“Vale , pasaré por el velatorio”…Tu última chica me observa –Bueno , al cascarón- desde la cama. Es un ovillo desgreñado
y hostil. Nunca le caí bien a tus novias , Ni a ti.
Amanece en la calle del Sol , vuelvo a casa…Mi cuerpo –Menos mal- empieza a sentir el frio y la pen

163.- EL TESORO
El día que José Eliseo Fernández, natural de Guayaquil, Ecuador, y albañil de profesión, removió la piedra número doscientos cincuenta seis de la parte izquierda de la calle del Sol en Santander para su remodelación, se llevó una sorpresa.
Debajo había un cilindro de metal cerrado. Pesaba. Y sonaba.
Miró hacia un lado y hacia el otro, y percatándose de que no le había visto nadie, se metió el cilindro en el bolsillo. ¡Seguro que eran monedas de oro! Esas cosas pasaban todos los días. Hace poco lo leyó en el periódico. Saldría de la miseria. Y podría volver a Ecuador como un triunfador. Sería alguien importante. Sería adorado. Sería querido. Sería…
Al acabar el día, un compañero encontró a José Eliseo llorando en una esquina de la calle. Al acercarse, no entendió por que el albañil estaba así. Total, por un tubo de metal y unas arandelas para tornillos…

162.- BUEN VIAJE
“Alea jacta est”, dijo cruzando la puerta del Rvbicón. Le costó algo encontrarle pero allí estaba, junto al piano. Entró. Sin vacilaciones. Varias noches en vela y un par de prozac le habían dado la determinación necesaria.
-De acuerdo. Lo haré pero prométame que nunca le faltará de nada.
-Claro. Ahí tiene todo lo necesario. Buen viaje.
Salió a la calle. No había vuelta atrás. Lo iba a hacer. Por ella.
El día de su boda le juró que la cuidaría pero no podía más. Estaban arruinados.
Cientos de veces había visto la decepción en sus ojos. Sin reproche, sí, pero decepción al fin. Así que cuando le ofrecieron acabar con sus problemas le pareció una salida razonable. Sobre todo para ella.
Alcanzó el final de la calle. Sacó la pistola que le había entregado el amante de su mujer. Cerró los ojos y allí mismo se suicidó.

161.- Orgullosa
Me preguntan si no me hubiese gustado conocer las grandes urbes del planeta, si nunca he sentido la necesidad de ver la obra de los grandes artistas que se encuentran colgadas en las principales pinacotecas, si alguna vez me he planteado cómo hubiera sido mi vida en otro lugar. Y por mucho que trato de explicárselo, no me creen cuando les digo que siempre he querido vivir aquí que tengo todo lo que necesito aquí, entre las montañas y el mar, y que sigo fiel a mis raíces. No siento envidia de las cosas que me cuentan que han visto las holandesas, charolesas y limusinas porque yo soy una tudanca y me llaman Orgullosa. Ahí es nada.

160.- EL ÚLTIMO AMANTE
Ella buscaba una historia. Bebía en los bares porque estaba sola y a la caza de otra soledad. Tenía veinte años pero aparentaba sesenta. Por su amargura. Por las noches en vela buscando la trama más buena y el amante más apto. Aun así los hombres la encontraban atractiva. Hacía el amor con ellos a cambio del relato de sus vidas. Lucía vestida por fuera pero desnuda por dentro. “Porque el amor también se hace con palabras”, pensaba en su interior. Cierto día charló con una chica rusa, atractiva y de senos firmes. Sabía decir metáforas de alta filigrana: “Quiera ser el viento que besa la flor de tu cabello”, le dijo susurrándole al oído. Y esa frase la llevó hasta su lecho de amapolas rojas.
Amaneció con carmín en los labios, el corazón apuñalado y la mejor historia.

159.- ODIO
No. No. Nononononononono. Mira que hay zonas en Santander y hemos tenido que quedar en la calle del Sol. Justamente aquí. Maldita sea mi mala suerte. Ni dos semanas de tranquilidad he tenido. Pero da igual. Allí esta ella. Con sus amigas.
Sí, lo mejor será quedar con estos en otro lado. Al menos podían cogerme el móvil.
¡Mierda! ¡Me ha visto! ¡Y se acercan!
Vale no pasa nada, tú hazte el loco. Como si no fuera contigo. Acuérdate. Ella te ha engañado. Te ha puesto los CUERNOS. ¡Y deja de mirar! Eso, así. Con la cabeza alta. Porque la odiamos, ¿no?
Odiamos como se mueve. Odiamos el sonido de su risa. Y lo asquerosamente encantadora que es. Odiamos lo bien que le quedan esos vaqueros. Y su manera de susurrar. De coger la mano. De mirar con esos ojos que esconden un mundo.
De besar.
De…
- Hola…
158.- EL FAVOR
El sol bañaba ya la calle. Se dio cuenta de que no la reconocía a pesar de que tantas noches, como un gato vagabundo, había recorrido sus aceras “movedizas”. Estaba aturdido, como sumido en una profunda amnesia.
Recordaba cómo había llegado. Sabía que en algún momento de la noche anterior había visto sus ojos grandes al fondo de la barra del Rvbicón. Aquellos dos pozos sin fondo que, sin embargo, brillaban ayer de una forma tan especial que casi asustaba mirarlos.
Y entonces pasó. Dos años después de que la viera apostada en aquel mismo lugar del bar y sus ojos se cruzaran, sus impenetrables labios se despegaron para hablarle por primera vez.
-Tengo que pedirte un favor. Necesito que tú…
Ahora era de día. Había un cuerpo en la calle, sangre en sus manos y en el alma la marca del precio pagado por dos ojos negros.

157.- ENCANTO
He salido, finalmente salido a la calle y empezado por eso mismo como debo a dar algunos pasos que el viento de esas horas no me hace percibir porque su magia ya disuelta en el ambiente me ha tocado. Caminar de noche y hacerlo solo como las estrellas es un acto poético y acostumbrado para esta alma que lo hace muy seguido, y aunque he ido por otras calles y otros sitios, esta es realmente una donde mi alma puede recibir su magia, y no se apresura demasiado pues la noche aun es joven y apenas se distinguen algunas estrellas, de madrugada.
Un letrerillo se mece: …un ave pasa: …Calle del Sol: …tres de la mañana.

156.- SOLITUD
Sentada y sola una mujer en el Bar se encuentra, y su alma esta abierta y sus ojos, oh Dios, parecen de perlas; sentada alli con su copa de licor, uno solamente la observa.
Se le dice a uno: “no te enamores de ella porque su corazón es indefinido”, pero uno cae rendido a su mirada de diosa y su encanto de musa ; un verso de mujer que en el hogar no se halla y es como el veneno dulce de las plantas.
-- “Te invito un trago”.
Y la amistad empieza; uno cree que es astuto; que se cuida, pero tiende lazo a su alma y la mosca finalmente cae en la telaraña y no saldrá de ella salvo muerta ya y sin esperanza; porque la araña se lo habrá de beber todo como el coñac que ahora él a ella le ha invitado.
-- “¿Cómo te llamas?”
-- “Solitud”.

155.- SILENCIO DE SOMBRA
Necio sería si le quitara toda la importancia. Iban de la mano, lo he visto, no es algo que uno se pueda imaginar. Indudablemente, cuesta creer lo que a veces a uno le cuentan. Acuclillado en este portal, me acabo de quedar sin tabaco – todos, el “Dólmen”, el “Rubi”…, ya han cerrado, pero no pierdo detalle de cuanto me rodea. La calle, gran paradoja, es un enorme silencio de sombra. Puede que sean ya más de veinte minutos, no lo puedo precisar, pero antes o después tendrán que salir de su escondrijo de drogas y sexo y pasar por delante de mi, no hay otro camino. No necesito armas ni montar ningún escándalo, no es esa la cuestión. Nunca me ha gustado la violencia, la verdad. Sólo quiero cruzar nuestras miradas en silencio. Esa será mi venganza: la foto imborrable de mis ojos.

154.- El corazón delimitado
Todo lo que siento. Todo lo que quiero. Todo lo que me hace sonreír. Todo lo que me hace brillar. Todo por lo que un día sería capaz de luchar, por lo que sería capaz de rendirme. Todo lo que me hace feliz y todo lo que me llena de melancolía. Todo se resume en esa mesa, en aquel día. Tus ojos reflejando mi mirada y nuestras rodillas tocándose. Y en el corazón, en las entrañas, la certeza de haber encontrado un sentido a la realidad. Una luz en el camino.

153.- El joven del bar
Mire a mí alrededor. Aquel bar, encerraba almas que experimentaban todo tipo de sentimientos. Alegría, pena, odio, nostalgia…y tantos otros se veían reflejados en las caras de los clientes. El camarero, siempre sonriente, servía las bebidas acompañadas de unas palomitas saladas que tenían una pizca de pimienta. Justo a mi lado, en la barra, había un joven con aspecto desaliñado. En su cara no se reflejaba emoción alguna e intermitentemente bebía de un baso que sostenía en la mano. Entrecerré los ojos y le inspeccione. Parecía triste. Ojeras se veían bajo sus ojos y una palidez sorprendente adornaba sus mejillas. Sus ojos grises reflejaban un gran dolor. Alzo su bello rostro y mirando al camarero dijo “gracias por la bebida” y sin más se marcho. El camarero, mientras recogía el baso del joven, suspiró y se volvió hacia mi. “Acaba de perder a su amigo” explicó mirándome “un accidente, pobre chico” y moviendo la cabeza volvió a su trabajo.
Reflexioné. La vida estaba llena de misterios. Como si a ratos un Sol brillante lo iluminara todo y al siguiente, llegaran unas enormes nubes negras y lo ocultaran para desorientar. Suspire. La vida. Un camino. El Sol…Las nubes. Mire nuevamente por donde había desaparecido el joven y supe, que aun que él no se diera cuenta, la huella que dejó en el bar, se quedaría hay como una marca invisible, que no se ve, pero se siente.

152.- Viernes
El camarero me echa a empujones haciendo me aterrizar sobre el suelo mojado. Me mira cabreado, mueve la cabeza negativamente y vuelve dentro.
Mi colega sale. - ¿Pero qué coño te pasa últimamente?- Me increpa mientras me ayuda a levantarme.
Desde que Sonia me dejó, hago muchas tonterías. La última: deshacer el lazo que sujetaba la parte de arriba del vestido de una chica. Nunca me gustaron los estampados.
Una fina lluvia solo visible dentro del aura que emiten las farolas nos acompaña mientras nos tambaleamos hacia el próximo bar. Vuelvo la cabeza hacia un callejón oscuro. Hay un gato. Eructo y sale huyendo. Mientras le sigo con la mirada meto el pié en un agujero provocado por las obras municipales que está lleno de agua. Maldigo y juro que no vuelvo a esta calle… Hasta la semana que viene.

151.- Transparencias y palabras
Ha elegido una fotografía transparente. Dejamos la conversación por un momento. Tres vasos en primer plano sobre una barra y parte de un bar detrás. El caso es que a mi también me gusta. En la foto, como en la vida misma, puedes ver parte de la imagen a través del cristal de un vaso. Creo que me gusta por eso.
La otra barra, corpórea, de buena madera, se ocupa de cervezas, zumos y copas mientras nos contempla, no se si nos escucha; y calla, como siempre. Quizá no repare ya en nada de esto.
La conversación era sugerente y, de nuevo frente a frente, seguimos con ella. La fotografía sale de nuestra imagen, esta vez las palabras mandan. Y mientras charlamos en un bar en medio de la calle del Sol afuera anochece y he olvidado preguntarle qué piensa de la foto. Seguro que me lo contará algún día.

150.- Bar Sur
San Telmo es de los barrios antiguos y típicos de Buenos Aires, y el Bar Sur su emble-
ma. Dos farolas iluminan el acceso hacia un interior bohemio e intimista. Las paredes
están cubiertas con roble y se dice que no alberga más de diez mesas. Tiene piso en
damero , una vieja moledora y una arcaica máquina de café Omega.
Aquella noche me sentía solo y triste.
Entonces ella comenzó a cantar. No era una artista contratada, era una parroquiana .
Entonó el tango Malena como la culminación de su vida. Concluída la interpretación
quedó pensativa y fue cuando alguien le tomó una foto. Era blanca, oscuros cabellos ,
labios rojos y ojos caídos por el peso de la sombra verde sobre los párpados.
Imposible saber quién era. Del fotógrafo apenas averigüé su nombre: Raúl Villalba.
Hoy descubro la foto en un blog de España y estoy escribiendo sobre ella.
149.- Ella
Sabía que aquella mirada “mataba”... yo aquí muriendo de risa...qué putada joder... resucitando de ese ayer. Ayer en el que yo “moría”. Ahora sé que en ese instante ya había perdido... perdido el sentido y la sangre y las ganas de matar... de apretarte fuerte entre mis brazos... tocarte, hacerte mía... besar esos labios y entrarte, cogerte... perderme en ti... Hoy a mí no me hacen la foto. No. Ella. Te deseo. Te quiero en el silencio. Detrás de ti presiento que así seguiré por muchos años. Ayer me hiciste creer que era yo. Y aquí me encuentro. Detrás, a tu derecha, escribiendo sin saber cómo buscarte, como hacer que me vuelvas a mirar... que me hagas creer, de nuevo, que él pueda ser yo. Ella.

148.- Pensamientos de barra
La puerta se cerró y el silencio se consolidó en la pieza paulatinamente. María encendió un cigarro y se volvió a recostar en la cama. Por la pieza correteaba sin sentido una brisa con olor a bungavillas que se arremolinaba entre sus senos y silbaba olvidadas melodías en aquellas zonas de la geografía de su cuerpo donde aun habitaba cierto atisbo lascivo de humedad. En la lejanía se escuchó la bocina de un barco y la noche pareció sumirse en un adormecer de olas. Expulsó una nube de humo en dirección a la ventana y se entretuvo unos segundos estudiando la trayectoria del humo sometido al devenir de la corriente de bungavillas mientras una voz femenina como de gramófono cantaba en Francés. Vaya uno a saber que cosas estaría diciendo aquel gorrión chauvinista, pero lo cierto es que a María se le presentó subrepticiamente una sensación de libertad y se imaginó a si misma corriendo por un trigal con el corsé desabrochado y enarbolando la bandera francesa.

147.- KAFOUNTINE
Existe una famosa canción que narra cómo un toro se enamoró de la luna. Todo el mundo la conoce. Yo, en cambio, deseo hablaros de una vaca con nombre propio, Kafountine, quien desde que fuera una ternera se enamoró del mar, ese ente azul capaz de embestir con la fuerza de mil bueyes, igual de bravo que mil toros de lidia en cualquier día tormentoso. A Kafountine le hubiera gustado acercarse hasta sus aguas, pero siempre había una valla o una empalizada que se lo impedía. Pero observa el mar desde lejos, sus olas lamiendo la playa de la costa, embistiendo con cuernos transparentes las porosas rocas negras de los acantilados. Todos los días Kafountine lo mira anhelante, mientras lamenta no poder acercarse hasta la orilla ni siquiera para saludar. Entonces lágrimas saladas recorren las bolsas de los ojos de Kafountine. ¿Quién dice que una vaca no puede llorar?

146.- SOLITUD
Saboreo en el paladar la última gota de mi tercera copa de güisqui con hielo, mientras con disimulo miro por enésima vez mi reloj de pulsera. Se ha hecho tarde, hace ya tres horas que es muy tarde.
Pero aguanto aquí sentada, sola en la barra, todavía no regresaré a casa para desahogarme, aunque me pique muchísimo la nuca. Coloco el recipiente vacío sobre el círculo de agua, esa marca húmeda nacida para burlarse de los posavasos.
Me pica la nuca porque sé que los imbéciles que se hallan sentados a mis espaldas se lo figuran desde hace rato. No pienso arrascarme, llorar, ni dar pie a sus cuchicheos, a sus burlas o a su innecesaria compasión.
El barman también me observa de reojo, aunque crea que no me doy cuenta. Sobretodo él, testigo principal de mi desgracia, parece saberlo incluso mejor que yo misma: me han dejado plantada.

145.- FUE ASÍ
Yo era una chica más bien normal y que no llamaba demasiado la atención. Aquel día Marta se empeñó en que teníamos que salir a por todas y a pasarlo bien. Acabábamos de empezar las vacaciones, estábamos en una ciudad nueva, no conocíamos a nadie y nadie nos conocía. Era el momento perfecto para ser lo que queremos ser y no lo que se espera que seamos.
Fue así como conocí a tu padre una noche que me dejé llevar...
El muy salido me desnudó con la mirada, a mí me pareció ridículo, pero al mismo tiempo me excité, me sentí atractiva, sexualmente atractiva, mojé y mordí mis labios mientras me observaba...Él vino y yo temblaba...me dejé llevar...
Culpable de la mejor noche de mi vida y todavía a veces me pregunto cuál es su nombre.
Como si eso importara cuando estás enamorada de un recuerdo.

144.- SIN LUZ
Una tarde cualquiera de otoño, volvía del trabajo, pensaba en mis cosas... en tus ojos, en la compra, en aquel día en el que esperaba volver a verte, lo que tendría que hacer mañana, tus caricias...
¡Un momento!... me detuve, la calle estaba apagada, las sombras eran únicamente las de una luna en cuarto creciente, aquella noche acompañada por un brillante lucero a sus pies, a su vera...radiante.
Me detuve y respiré. Sentí la brisa en mi piel, el olor de la calle, su sonido y como no, me di un baño de luz de luna, saboreándola como si de un helado en agosto se tratara.
Me sentí a mí misma esa noche, mientras volvía a casa acompañada por: la luna, un lucero y por mí. Ahora me llevaba conmigo ¿dónde habría estado este tiempo?.
Me detuve y me encontré.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

143.- A oscuras.
Cierra los ojos, dices. No protesto. Mantenlos cerrados, adviertes. Y ahora imagina que el sol se apagó, añades. No los abro.

142.- Contrastes.
Oiga, este agua está sucia, dije. El camarero acercó a la jarra de agua el frasco de aceite turbio de aliñar ensaladas. Callamos, pero no bebimos. La sed retenía las palabras de despedida. Apenas hablamos. Poco después el tren daba una sacudida y ella marchaba. Anochecía. El monte recortado en el cielo. Nunca lo había visto tan claro. Como el agua, dijo ella días después, cuando volvimos a encontrarnos y se lo conté. Como el agua no, contesté, como el agua junto al aceite. Estábamos al sol de una terraza y todo estaba velado por una película blanquecina que difuminaba los contornos. Tanta luz…

141.- otra vez la guerra
"¡Otra vez la guerra, de esta no quedamos ninguno!". Me decía para mi mismo, al ver los socavones en la calle.. “¡Pero, espera un segundo viejo zorro!”, esas barricadas formadas por las pilas de baldosas junto al escombro, parecen decir que la calle no ha sido perdida. La noche ya había caído y desde los portales y las esquinas salía un lento goteo de gente que formaba pequeños grupos, que unidos por yo que se fuerza se lanzaban a luchar por mantener viva la calle palmo a palmo,.. Avanzaban, se reunían, discutían la mejor estrategia, y sin desfallecer saltaban las vallas, cruzaban las barricadas, esperando a sus refuerzos, que a sus gritos respondían haciendo subir la euforia de los más valientes,,, mientras bebía el último trago, muchos recuerdos se me venían a la mente y no os engaño si os digo que un sentimiento de orgullo, me robo una lagrima.

140.- ÚLTIMA COPA .
Si te pongo la última te irás para siempre. Prométemelo. No quiero volver a sentir tus ojos amarillos marchitándose y llorando cada noche por ese hombre que te abandonó. Me dejas la barra perdida de escombros y reproches, de restos de una vida que no fue y de cuentas pendientes que nadie paga. Y sobretodo (y esto no lo sabes ni lo sabrás nunca, no te diste cuenta entonces y ahora menos, no eres capaz…) me dejas jodidamente hundido, haciéndome partícipe de la caída sin freno de la única mujer que amé. Así que toma: bebe, olvida y márchate. Déjame las penas lejos, que al fin y al cabo son las mías y yo no tengo a nadie que me ponga una última copa.

139.- Historias: vivir porque estoy vivo
Quiero escribirme en un árbol
Ver la tierra desde un barco
Beber la botella a tragos
Saltar a la comba juntos
Reflejarnos en un madrigal
Beber la botella hasta el final
Nadar en el mar abisal
Ser una puta para mi chulo
Oler a sexo ilícito
Sentirme culpable de la noche
Porque el día esta celoso
Bruñir tu pecho de acíbar
Dormir cerrando los ojos
Cruzar la cerrazón ciego
Ver tus rizos negros
Detenerse el tiempo
Detenerse el silencio
Oír mis gritos en tu eco
Correr y sentir tu aliento
Llevar puesto tu abrigo
Caminar sin mirar, mirando
Llorar porque estoy harto
Vivir porque estoy vivo
138.- Marinero
Marinero azul marino
Puñal y serpiente en el brazo
Monja de hábito blanco
Corazones bordados de ritos
¿Qué lees? El camino
¿Qué dice? Camino cortado
Aire, aire de tango
Hábito azul, marinero blanco
¿Qué lees? Tus ojos
¿Qué dicen? Camino enamorado

Sombras de la memoria
Recuerdos que se agolpan
Luces fundidas
En mi alcoba
Tintineos de luz
Tintineos de sombras
Tintineos de vida
Porque estás tú
Destellos en la llama
Destellos en los ojos
Destellos en la vida
Que se apaga
La luz se extingue
Las sombras se funden
La vida ya no existe
Te marchaste
Me mataste

Marinero tuerto, orgulloso y vencido
Encallado en el borde de la tierra
Miras nostálgico la mar, el infinito.
Te abrí las puertas
Te pinté los ojos
Verdes, marrones, rojos

Mi muerte que es tu meta
Mi muerte que es mi destino
Me alcance mirando la mar
Con la esperanza de el infinito.
137.- TIEMPO CERO
Era una de tantas tardes de verano en el pueblo. El mismo camino cientos de veces recorrido, siempre acompañado de mis pensamientos. Esa vez había cerrado los ojos un largo instante, paladeando con todo el cuerpo una brisa sorprendente.
Y al abrirlos la vi.
Me miraba, y esa mirada me agarró por dentro. Y me comió los pensamientos. Los masticó pausadamente, y al hacerlo se deshacían. Y siguió masticando y tras los pensamientos cayó el después, y la pregunta, y la inquietud, y yo. Quedaron esos ojos, el zumbar de un abejorro que pasa, el calor coloreado, tantos aromas, todo moviéndose detenido…
Hasta que girando una oreja volteó la cabeza y el hocico diciéndome, con un vibrante mugido, que podía seguir mi camino.
Desde entonces cada vez que encuentro una vaca la saludo, esperando esa mirada que para el mundo…

136.- Vol.I
Tema:
Extracto de una conversación entre dos colegas, bebiendo una cerveza en un bar de la calle del sol.
Vol.I
(Manué) – He escrito estas letras…”Noche. Patio. Esquina. Paseo. Barrio. Ahí estoy yo. Desocupando mi tiempo…”
(Antonio)- Je,je…es un intento igual de bueno que el del poeta de Big Fish…
“El cielo es tan azul, y la hierba tan verde…en Electra…”
(Manué) – Las letras soplan noroeste, como todas aquí…
(Antonio)- Uff¡ no se si así vamos hacia alguna parte! A lo mejor si fuésemos hacia el noroeste también…pero no se…no se…¡Ojalá todo fuese tan fácil como para Dorothy, 3 taconazos bien dados y ale…
(Manué) - Negras. Blancas. Insensatas.
(Antonio)- Más difícil que el ajedrez…
(Manué) - No congeniamos con ellas, pero me gusta.
(Antonio)- Pedro, Pablo, Juan, Yogui, Shaggy…a ellos también les gustarían, pero seguro que ellos tampoco sabrían que decirlas.
(Manué) - Pero si ellas no miran que sean Pedro, Pablo, Juan, Yogui o Shaggy…
(Antonio)- ¿Y qué miran?
(Manué) – Eh…que…iba a decir…todos tenemos algo…(puta madre)…
(Antonio)- Algo también es un adjetivo…y con sus letras si te pones hasta haces un G.O.A.L

135.- Adivinanza
Tema:
Un chico entra en un bar de la calle del sol con una adivinanza impresa en un folio…y tras repartirla por las mesas, sale del bar.
Al día siguiente vuelve a ver si alguien tiene la respuesta correcta….el premio para el ganador es un CD de “Incognito”
Adivinanza:
Las tiene bien puestas. (Las 3 opciones: las voces, las tetas y las cervezas)
Nunca bailo, pero con ella…
Si es rubia bien, si es una negra pues al compás, y si esta tostada y bien reposada…
Se llama “incognita”…y volar vuela…
O mejor dicho, con ella eres tú quien vuela…
No es tan vieja como tu abuela…
… (Pero pesa lo mismo)
No está de más tenerlas en exceso
Pero te daré la clave, no son de cristal ni hueso…:-)

134.- DUDO…
Como las vacas al tren…
¿Esperando dices?
No, ¡buscando!
¿El qué?
Las ganas…
¿Las ganas de qué?
De hablarte..de contarte..
¿De qué, el qué?
De mí.
¡Te conozco!
¿Pero me sientes?
¿Perdona?
¿A qué huelo?
¿Cómo toco?
¿De qué color son mis ojos?
¿La suavidad de mi piel?
¿Oyes mi respiración?
¿Porqué me preguntas eso? ¡Te conozco!
Dudo..
¿De mí?
De mí…
No te entiendo…
¿Sabes lo que pienso?
¿Sientes mi dolor, mi pena, mi rabia?
¿Sabes cómo suena mi risa alegre?
¿Río?
¡Ayúdame por favor!
¡Estoy aquí! ¡Dime qué hago!
¡Pero no me ayudas! Siento frío…
¡No sé qué hacer!
¡Dame tu mano!
Tengo miedo…me asustas..¿qué te ocurre?
Me voy…
No te vayas por favor…necesito entender…
Déjame hacer algo, no puedo soportar que estés así…
¡Me parte el alma!
¿Me sientes?
Te siento…
Te oigo…
Te toco…
Estoy aquí…
contigo…
siempre…
Somos uno…
¿Recuerdas?
No me olvides…
133.- CALLE DEL SOL SIN SOMBRA
Comenzo a llover en el momento que cruzaba la calle.
Levanto la vista.
Ni un arbol.
Un escalofrio le recorrio el cuerpo al tiempo que se ceñia el gaban.
Se prometio a si mismo no volver jamas la vista atrás.

132.- AGUA PASADA.
No existo. Pero aparezco aquí en las noches silenciosas, cuando en la barra ya sólo queda él. Tiene los brazos caídos y la vista baja. Ha bebido lo justo para recordarme. Me llama Eva, pero es que hace ya mucho tiempo. Solía llevarme al cine y le costó tres películas conseguirme un beso. Yo usaba jabón de lavanda y llevaba vestidos claros que se traslucían al sol. Todo en mí le gustaba. Una vez hablamos de viajar lejos y juramos hacerlo, pero al día siguiente llovía y ya no volvimos a jurar nada.
El hombre se gira y me aparezco a él, muerta. Las flores que me regaló entonces, ahora parecen ofrendas de lápida. Hace ya treinta años y soy fantasma de su memoria. Pero volverá a verme cualquier noche de estas, cuando afuera esté lloviendo y el vino le huela a lavanda.

131.- Te recuerdo
Te recuerdo mirando con asombro el cuello de la nueva amante de Diego, perfecto, pálido y sublime. Aquella noche acabamos los tres en la habitación de la pensión del puerto. El humo y el ruido de las risas de la gente eran nuestro alimento favorito después de las palomitas y la pimienta negra.
Solíamos quedar en la mesa del fondo, junto al piano, testigo de mejores tiempos, coronado por libros viejos profanados con nuestras anotaciones y una rosa muda. Huíamos de nuestras soledades para encontrarnos reflejados de modo más amable en los ojos de quienes nos escuchaban. Nuestra mesa siempre estaba concurrida, nunca faltaba una historia que contar.
Abandonábamos la calle del Sol cuando éste nos saludaba con sus primeros rayos.

130.- Acércate
Ella me dijo que no era un fantasma, pero nadie en el bar parecía verla.

129.- UN CIELO PEQUEÑO
Sé que algunos me miran y piensan que no estoy donde quiero estar. Dan un buen trago a la cerveza y, cuando se relamen, me sonríen de lado. Creen que ellos sí han conseguido algo que yo no. Imaginan mi casa y les gusta más la suya. Ven a mis amigos, que aquí andan, y se alegran de no ser ellos. Yo dejo que se crean afortunados, y no les cuento que me falta tiempo para venir a abrir el bar cada mañana. Que disfruto sabiendo que Pedro quiere vermú y Roberto no. Que veo primeros besos en esa mesa del fondo. Que cuando acaba el día y esto es todo silencio, recojo y cada vaso me recuerda la carcajada de quien lo apuró.
No les cuento que sé que no me envidian, y que yo a ellos tampoco.

128.- NOSTALGIA
Ahora que se había quedado solo, después de la fiesta de despedida, Adrián, se apoyó en el mostrador. Su corazón y su cerebro a una, comenzaron a rememorar los momentos vividos en su pequeño, pero acogedor bar, con “su familia”; como él llamaba a sus clientes. Recordó cuando nació Lorena, la nieta de Lorenzo y todos le recibieron como el super abuelo, o cuando murió Armando, el zapatero, que la tristeza inundó el local. Todos formaban parte de la historia de aquellas cuatro paredes. Pero de sus clientes, la más entrañable era Nuria la modista, siempre con su canastilla repleta de cariño para todos.
Se pasó las manos por el rostro, y al tacto percibió las arrugas que el paso del tiempo le había dejado.
Me llevo lo bueno y lo malo de cada uno, sonrió y salió sin mirar atrás.

127.- Recuerdos ¿Por qué brilla el Sol?
Tuve la suerte de nacer en la calle más iluminada incluso en la oscuridad, repartir por ella saludos de la mañana a la noche, escuchar llamadas a voces desde las ventanas...
La calle, solamente compartida con el taxi de Melquiades, era nuestro gran salón de estar, una sala de juegos invadida por pelotas de tela y hojas del Cantábrico atadas con cuerdas, sufriendo constantemente las embestidas de nuestras alpargatas golpeando una y otra vez a ambos lados de la calle.
En plena algarabía el tintineo de una campana suena a lo lejos, dos bueyes tirando de un carromato invaden la calle, de los portales comienzan a bajar niños y mayores con viejos cubos de zinc roídos y golpeados, por unos minutos el juego se detiene, es la hora de tirar la basura...
...pero solamente caen las cenizas de las viejas cocinas que hacen brillar al Sol.

126.- MATICES
Nunca di demasiada importancia a los claroscuros y a las sombras, a los blancos y a los negros que el sol dibuja y desdibuja desde la eternidad.
Sí lo he hecho esta vez. Porque el abrir la puerta del Rubicón y enfrentarme a tu silla vacía me destrozó el alma. Justo en esta jornada de domingo, cuando me habías hecho la promesa, cuando te lo había concedido.
Supiste desde siempre que las cervezas y las noches compartidas no eran para mí simples pasajes de una novela absurda. Por ello, todas estas sillas vacías que parecen armarte un cortejo en derredor, significan mucho más. Porque la tuya está desierta desde antes y yo no había caído en la cuenta.
Entonces me siento aquí. Para ver si estos blancos y estos negros, estos claroscuros y estas sombras se convierten un día, por algún mágico conjuro, en un sugestivo cuadro de Miró.

125.- EL TABERNERO
El aspecto de este hombre (sin duda tabernero), de barba hirsuta, arrugas profundas, mirada picara, con la mueca de una sonrisa que aparece como una ilusión, jersey de lana de punto gordo y delantal blanco, aparentemente apoyado en la barra en una aptitud de atención reflexiva, con la presencia difusa de una estantería de botellas, me sugiere la existencia de una taberna.
Una taberna que no alcanzo a ver en la fotografía, pero que a mi capricho, la imagino acogedoramente descuidada, poco iluminada, con paredes sórdidas y huesos de aceituna en el suelo sin barrer, en donde nunca falta el platito de ensaladilla rusa en la barra y el café lo sirven en vaso de cristal.Un aire confortablemente viciado, donde intuyo sus fragancias a humo de tabaco, fritos de sartén y orín de retrete. Territorio de generosa acogida, lugar de reposo y encuentro, siempre abierto, en donde los parroquianos, alrededor del vino y la cerveza cuentan al tabernero historias de otros como si fueran suyas.

124.-LA MORENA
A veces, mi madre, mientras teje en la cocina- en invierno siempre es en la cocina-, me cuenta cosas, recuerdos inconexos que le llegan a la memoria a borbotones. Yo no digo nada y sólo escucho, esperando entender los misterios de un mundo perdido para siempre. A mi madre parece que la memoria le da pena.
-Todavía me acuerdo de La Morena, después de tantos años.
- ¿De qué morena?
- De la última vaca. Era muy buena, noble y elegante y con el andar sereno. Eso sí, daba poca leche
- Yo era muy pequeño, mamá, casi no me acuerdo
- Es verdad, ya estaba en casa antes de que tú nacieras. Teniamos que haberle hecho una foto y ponerla en el salón junto a la de papá
Mi madre, mientras teje en la cocina, siempre se duerme, luego se despierta y sigue contandome cosas mientras deshace la labor hecha buscando los puntos perdidos durante el sueño. Teje y desteje sin perder la paciencia.
Mi madre me dice que siempre tiene sueños,a veces sueña con muertos, sueña con mi padre, sueña conmigo y dice que también sueña con la mi Morena.

123.- DELICIOSA QUIETUD
Recuerdo otras tardes como esta, donde el aire gris huele a otoño y a leña quemada. Recuerdo a una mujer toda cubierta de piel, un beso torpe y una caricia llena de esperanza. Recuerdo a un hombre, tal vez fuera yo, fumando despacio mientras mira como cae la nieve, tan callada, sin sentir miedo. Recuerdo oras personas, paisajes, músicas y colores. Recuerdo otras cosas que fuí y que sentí porque ahora no soy nada.
Esperando la inevitable transformación, sueño que soy una crisálida y me pregunto si la nostalgia será también patrimonio de bestias y dioses, o sólo del hombre.
Deliciosa inquietud. Deliciosa quietud.

122.- EL PAÑUELO ROJO
La cita era a las nueve en el Rubicón, un garito de la Calle del Sol. Curiosamente, seguía sintiendo la misma excitación, a pesar de los múltiples fiascos, por unos encuentros concertados en apenas unas horas de navegación por Internet. Además, si la foto no mentía, esta vez se trataba de una auténtica belleza, bastante más joven que él.
Una vez en el local buscó con la mirada el pañuelo rojo. Intentó imaginar la combinación del pañuelo con la mirada clara, un tanto juguetona, que mostraba en la foto. Sólo tras pedir una cerveza vio, al fondo del bar, un pañuelo rojo. Verdaderamente poseía una belleza extraordinaria. Al menos, la parte de la cara que pudo vislumbrar antes de marcharse. El resto quedaba oculto por un tipo, algo mayor que él, que lo estaba devorando a besos.

121.- ESCLAVA LUZ SIN SOL.
Resulta frustrante perder de vista a los viandantes que charlan en la acera, a los estudiantes abriendo la academia, a los caserones que lucen sus encantos, al garaje que madruga cuando aún no es tarde, perder todo eso de vista cada vez que el ayuntamiento decide apagar mi tenue luz a las seis de la mañana.

120.- Infectados
Todavía tengo nuestra fotografía en la cartera. No sé cómo se desató esta plaga pero no queda nadie que no esté infectado. David murió la semana pasada y creo que yo no aguantaré demasiado.
Me llevan siguiendo un par de días y he logrado despistarlos, aunque tarde o temprano me localizarán. No puedes hacerte una idea del infierno en que se ha convertido todo.
Aun tengo esperanzas de poder encontrarte, es lo que me mantiene con vida. Desconozco si el virus habrá llegado a tu isla, espero que no. Llevamos meses incomunicados y no sabemos si el problema es mundial.
Estoy en la última planta del antiguo hospital. No parece que haya estado nadie aquí. Espero que podamos leer estas cartas algún día.
Prométeme que sobrevivirás.

119.- Tu mirada
El miedo me paralizó. No fue la única vez que sentí eso. Me miraste y te miré. Nos miramos. Fue intenso y especial. Supongo que debías de esperar que me acercase y te invitase a algo. Es lo que suele ocurrir en las películas, y en la vida real. Debiste pensar que no me gustaste. O eso o que menudo cobarde. En parte tuviste razón. No sé cómo hubiese salido, supongo que bien porque hubo algo en nuestra mirada, pero ya nunca lo sabremos. Espero que el destino nos junte de nuevo y tu mirada siga siendo la misma. Mientras tanto escribo esta nota para no olvidarme de ti.

118.- Mateo
Mateo no lo sabía ni yo se lo diría nunca, es más, morí sin percatarlo.
La tarde que entré en aquel bar de la Calle del Sol había sido atraído por la disposición de las mesas, por aquel olor a café bueno recién molido y, sinceramente, por la preciosidad que entró ante mí.
Aquel bombón desapareció en unos minutos. Ni me percaté, porque ya había suscitado mi primer contacto con un camarero socarrón y profundo. El resto fue como nacer de nuevo. Me dejó su corazón como el alma de su bar, abierto. Nos hicimos Amigos.
El día de mi muerte fue un día de fiesta, había sido feliz y consciente de serlo gracias a él.
Todas las noches de ánimas, visto mis mejores galas, paseo por la Calle del Sol, escojo a alguien con corazón y lo atraigo hacia su bar. De lo demás, ya se encarga Mateo.

117.- SOLO
“Un solo, por favor”. Sonreí ante mi desfachatez. Me entraron unas ganas terribles de pedir unas tostadas. Preferí contemplar mi café aislado del mundo culinario frente a la vitrina con reposterías que lo miraban envidiosas. Personas vacías, dormidas en su bullicio.
Al final de la barra, alguien con un café, sin azúcar ni cucharilla. Le sonreí cómplice cuando me miró. Sonrió y se volvió hacia su café.
A partir de aquel café diferencié los olores, oí a las personas, vi gentes que parecían conocidas, volví a hablar y a escuchar. Aquella persona abrió mi mundo de frustraciones a otro que podía ser posible. Seguía solo, muy solo, más que antes de descubrirla, pero un atisbo de esperanza me pedía compartir aquella soledad que era toda mi vida.
Volví al local buscando a esa persona en todo momento, hasta que una tarde, volvimos a encontrarnos, a sonreírnos y nos acercamos.

116.- EL ARTISTA DEL MAR
Cada surco de mi piel, es una huella de la vida. Vida salobre y solitaria, dónde el alma crece con el viento y el mar.
Casi podría decir que nací con el ritmo de las olas. Era huérfano de madre, y mi padre era cocinero en un navío. Crecí escuchando los olores, olor a sal, a pez, a madera, a güisqui…pintando de colores el océano, el color de la cayena, la canela, la pimienta, el azafrán…de ellos me impregne y aprendí a mezclarlos. Todos me llamaban el artista del mar. Hice de mi oficio una pasión durante muchos años, pero mis pies de barro mojado necesitaban descansar en secano.
Un día me quedé en tierra. Hoy sigo creando con olor a mar. Con todas mis cosas hice un refugio marinero. Bajo mi delantal siguen rugiendo las olas. A veces cuento historias, otras las pinto, y otras…las guiso con mucho amor.

115.- Barman
Detrás de la barra. Botellas y botellas que de vez en cuando se mueven contigo y te acompañan; cuando pedimos, cuando esa sed que tu no recuerdas, que no llegas a ver, nos hace animales que braman, ladran o gimotean para que el licor llegue a la boca. Mercader de necesidad de almas sin consuelo. Espectador de lujo en el escenario de la desidia y la sodoma. Y sólo la música para hablar. Barman.

114.- Glucosa
La vaca había viajado mil años hacia el futuro. Probablemente un efecto secundario de su ingesta descontrolada de alfalfa químicamente enriquecida.
“El pasto sabía mejor” declaró al volver. “Sin embargo el agua me pareció, aparte de negra, un tanto… dulce.”

113.- El Buen Samaritano
Me encontraba yo turisteando por España a pié (mi presupuesto solamente alcanzaba para cubrir dos comidas diarias), cuando, al doblar en una esquina, choqué accidentalmente con Dios.
-Perdón – me apresuré en decirle.
-¿Sabes cómo se llama esta calle? – me respondió en un susurro que evidenciaba una resaca descomunal de vino barato.
-Eeeeee... supongo. Mi mapa dice que…
-Sí, sí, sí. – Me interrumpió- Estás en lo correcto, ¿pero sabías que ese nombre se debe a que es aquí, en este preciso lugar, donde su tocayo viene a vagar cada cierto tiempo en busca de conquistas fáciles y amistades reciclables? Si quieres me invitas a una copa y te cuento los detalles.
Acepté. Supuse que, dadas las circunstancias, no me molestaría demasiado pasar hambre esa noche.

112.- EN EL RUBICÓN
Supo que lo suyo era una ilusión sin fundamento. Y sintió que los años pasados tras el mostrador estaban comenzando a pesarle, casi tanto como la vida.
Ella llegó como cada tarde, con el pelo cobrizo enmarañado, los ojos grandes y tristes y los labios exageradamente rojos. Se acomodó en la barra y pidió una cerveza bien fría, como siempre.
La miró, no como siempre. Con las pupilas empañadas por la edad y el amor imposible escondido por décadas.
Cuando el otro hombre se acercó, los ojos disfrazaron la tristeza y la boca exageradamente roja esbozó una sonrisa tímida.
A él, las esperanzas destrozadas le ahondaron el rictus de amargura y en su frente marchita la angustia le imprimió un repliegue más.

111.- HAY MIRADAS QUE MATAN
Hay miradas que matan e imagenes que nos descubren como vamos a ser cuando nos hayamos muerto.El arte siempre retrata fantasmas.

110.- Esperanza
¿Cuántas casualidades suman un destino? meditaba absorta Esperanza. El rubicón era el nuevo escenario; Santander, la tercera ciudad y las 11 de la noche, la hora señalada en la que volvía a aparecer otra vez aquel chico. Sonaba su canción favorita y él se encontraba al fondo de la barra, con medio vaso de cerveza y barba de varios días. ¿Cuantas probabilidades existían de que la suerte fuese la explicación más razonable?. Quizás era momento de insinuarse. Parecía demasiado tímido para un ataque final. De repente observó al hombre girarse hacia su lado, sonriendo, como si hubiera divisado a lo lejos a su alma gemela. Esperanza se atusó el pelo, humedeció suavemente sus labios y sintió un cálido rubor en las mejillas.
…Y de la nada surgió otra mujer. Ella lo abrazó. El la besó. Esperanza se quedó ahí, inmóvil, esperando.

109.- 100 días y una noche sin amor
“…Comenzó a llover de forma incesante. Su intensidad y tu silencio vaticinaban negras sombras. Te intuí frágil y distante. Nuestros pasos se perdieron por la calle del sol. Caminabas un metro delante de mí. El sonido firme de aquellos tacones delataba un camino sin retorno. Tu pelo húmedo desprendía aroma a tiempos mejores. Yo quería aspirar y dormirme en su recuerdo. Oí risas hirientes en la noche. El mundo parecía feliz sin mí.
…La inercia nos llevó al Rubicón. Su luz cegadora deslumbró mis ojos cansados. Pediste un Martini seco y te acomodastes para darme el estoque final. Me senté enfrente de ti. Quería ser consciente de mi posición cuando el alma me abandonase sin remedio. No veía aun tus ojos. Sólo una lágrima furtiva derramada en la copa me alertó del comienzo del fin. Me miraste y yo me perdí para siempre en tus pupilas”

108.- EL TORREÓN DE LA CALLE DEL SOL
Se quedó esperando una vida a que ella volviera a cruzar la calle y subiera otra vez al torreón a dar de comer a las palomas, como aquel verano, cuando tomaban el sol para horror de la madre, que portaba la sombrilla como una extensión de sus extremidades. Cuando comenzó a hacer frío y ya no eran unos niños, ella cruzaba la calle y contaban estrellas, hasta que una noche de niebla sin luna, él contó los botones de su blusa mientras ella le acariciaba la cara humedecida. Los muchachos que ella había besado los labios no le sabían a sal, no tenían las manos encallecidas ni la nuca ennegrecida por el sol. Dijeron que ella nunca regresó a la calle del sol, pero aún se ven palomas que comen cada día en el torreón, por aquellos a quien ya nadie conoce, quienes se han convertido en leyenda.

107.- Mi vaca
Simplemente estoy cansada de apagar el despertador a una hora en la que
aun estoy cansada.
Apenas miro la tostada, y menos aún puedo dedicar tiempo, aunque sea una sonrisa, al angelito que entre los demostrativos "estos, esos y aquellos"y mi todopoderoso pronombre “yo”, convertiremos en acorazado, gracias al tiempo sin tiempo y al ocio desmedido que encima casi siempre queda sin usar ...
Pero....¡menos mal que luego siento gran alivio porque se que tengo mi parte vaca!:
Va acá y va allá...
y retoza en sus inmensos y verdes pastos oliendo la vida cerca de su ternerito...
y recuerda a ese toro bravo que la encandila y le pone la leche blanca-blanca...
¡qué bien que algunas vacas deciden sentir de cuerno a cuerno la brisa del mar!
Y qué bien disfrutar de lo sencillo, como mi vaca amiga que un día se fugo a ver el mar.

106.- Una vaca en Senegal
Mis casi 500 Kilos hacen “Plof” sobre la arena de la playa.
Estoy mayor , deambular entre buganvillas Y palmeras apartando pajarracos me agota.
Fin de jornada para los pescadores,”Mañana más”...Me gustan , nunca molestan y gracias a ellos aquí apenas se come carne.
En la lejanía otras de mi especie..No entiendo por que a los veraneantes les pasmamos tanto “Regarde mon amour,une vache!!!! N´est-il pas insolite?” y el bueno de Pape (Ciento noventa centímetros de esplendoroso ébano) sonrie maldiciendo el dia en que una lesión le alejó del futbol para unirle a tanta turista gastada y lela.
Y llega…
Mi razón de ser.
Lo que todas las tardes del año somete a este viejo bovino…Mis ojos (De vaca melancólica,claro) se abandonan al horizonte para fundirse una vez más con la mas bella puesta de sol de Africa.

105.- Sin título
Vamos Petra!
¡Vaale, mis patas son muy cortas!
Sube San Simón a toda mecha y está enfilando la calle
del Sol, me he rezagado un poco husmeando zanjas…”Vamos al Rubi” la oigo decir y al atravesar la doble puerta mi mente canina procesa olor a palomitas
con pimienta,caricias en mi Cogote (“Mira Javi,que monooo!!!”.) y el olor de otro perrete que ha estado antes (¿Rosi tal vez?).
Asomo la trufa detrás de la barra..No le conozco,es un señor con bigote..un bigote tan chulo como el mio,la verdad.
Nos miramos.
Me sonrie.
Le sonrio.
Mete la mano en el mandil y la tiende hacia mi..¡Colines de pan! Guau!!!
Y entre pan y pan del mandil mágico,carantoñas,algo de queso,palmadas y mas sonrisas.
“Petra,no le des la paliza a Moncho!!” dice mi dueña..
¿Mi dueña…?
Ja! Eso se cree ella.
104.- COLOR AMBAR
¡Imposible! ¡No puedo estar dentro de esa botella! Sin embargo, instantes antes de cerrar los ojos, he sido testigo de cómo nadaba por el interior, cómo intentaba llegar a la superficie y cómo las manos resbalaban una y otra vez, depositándome en el fondo. No quiero morir y sin embargo, tampoco quiero seguir viva con este rostro que pregona el dolor del alma. La tentación de seguir mirando es irresistible. Vuelvo a observarme y tan pronto estoy dentro del coñac como en la ginebra o en el carajillo. ¿Estoy divirtiéndome? ¿Acabo de conocer a un comandante ruso que me invita a un vuelo en avión? ¿He estado en la muralla china? Intento encontrar una explicación a este fenómeno que me sobrepasa. Me doy cuenta que fuera de la botella, la imaginación existe. Es de vidrio, color ambar.

103.- VERGÜENZA
Si el tipo que está acodado en la barra fuera como los demás, no me habría inquietado. Me pasa todos los días, no sé si porque mis noventa, sesenta , noventa les altera las glándulas salivares y segregan el triple de testosterona o porque babean sin poder remediarlo ante unas faldas cortas imaginando lo que hay debajo.
Hoy he sentido esos ojos taladrándome por dentro, intentando adivinar dónde escondo el tatuaje, el color del tanga, pero sobre todo, había en ellos un deseo de quedarse en los míos para siempre. He intentado mantener firme la mirada, aparentar una seguridad que se estaba desvaneciendo en el aire, hasta que la vergüenza se me ha apoderado. Nadie cabe dentro de mi corazón, al menos mientras la voz suene grave, las manos amenacen y a mí me tiemblen las rodillas al recordar.

102.- Muú en el mar
El sonido tosco que produce el badajo de mi cencerro al golpear el latón despierta cada noche a los pastores que duermen en el redil. Alguno se hace el remolón, pero no tarda mucho en incorporarse porque los ladridos de Fugaz insisten sin misericordia. Cojo entonces mi vara y, con toques leves en sus piernas, les obligo a dirigirse hacia las barcas. Preparan las redes. Mi rebaño de pastores pescará hasta que abandone el cielo la última estrella. Yo, mientras tanto, me siento frente al mar hasta que regresan al amanecer, para ver todo el pescado que venderé más tarde en el puerto. Vuelven agotados.
Ya refresca y cubro mi cornamenta con un pañuelo. Sólo me levanto para devolver a los pastores a sus establos, golpeándolos con el bastón hasta hacerlos caer.

101.- El juego*
Su vientre liso nos advierte de que su decisión, su amenaza, no era hablar por hablar ¡Qué joven! ¿Cuántos? ¿Diecinueve? Entonces me parecía mayor, joder. ¿A qué ha venido? Le dejé muy claro que no volviera. Le ofrecí pagarlo (por caballerosidad, no por otra cosa); creo que me porté bien, dentro de lo que cabe. Además, yo no tenía ningún deber para con ella. Podría haberla echado a patadas del local. Pero, ¿qué hice? En un conato de debilidad impropio de mí, le dije que siguiera adelante: que yo me ocuparía de él (o de ella, que nunca he tenido reparos), que estuviese tranquila. Pero era una niña. Quería seguir en el juego. Nunca he visto a nadie beber tanto, bailar tanto, meterse tanto… Y ahora vuelve con ese gesto como de querer ajustar cuentas. Pero, ¿cuentas de qué, cojones?

100.- No es perro*
No habían pasado ni dos horas, ¿te lo puedes creer? Es para volverse loco. La muy… (tranquilo, no usaré este lenguaje) se quedó con mis cosas. No me llamó para decirme: “me quedo con esto y con esto otro”, ¿comprendes? Pero no hizo nada para hacérmelas llegar o para que yo supiera que no iba a recuperarlas. Simplemente no volvió a ponerse en contacto conmigo… Yo he dado todo por esa mujer, Ramón, ¿y qué recibo a cambio? Un portazo. Y nada más. Se acabó y punto… Lo sé. Sé lo que vas a decirme: que no te cuento nada que no sepas; que la vida es así… Vete al cuerno, entonces, Ramón. ¡Al cuerno!... No, espera. No te vayas, tío. Ya me conoces. Hablo por hablar. No muerdo, Ramón, amigo. Me gusta ladrar, ¿que no? Pero no muerdo, coño. Ponme otra… No me mires así, joder.

99.- Soledad
Las manos ajadas recorren las teclas del piano. La madera marchita respira de nuevo. El marfil cede y rompe el silencio. La llama de los cuatro candelabros aviva las pupilas. El mármol es frío, pero la música atempera el corazón. La soledad viene a visitarme…
98.- Solitud
Las manos ajadas recorren las teclas del piano. La madera marchita respira de nuevo. El marfil cede y rompe el silencio. La llama de los cuatro candelabros aviva las pupilas. El mármol es frío, pero la música atempera el corazón. Ma solitude vient me visiter…
97.- El sueño de noche (Ignorancia, Miedo y Quietud)
Algo quería de mí, y no se qué. Me miraba, yo no se que vería en mis ojos. Hipnotizada, me hipnotizaba. Sólo recuerdo que no podía moverme, que tenía miedo, como cuando después de la epidural parece que no puedes mover las piernas. Todos los bares de aquella calle no fueron suficientes para despertar.

96.- La duda
Faltaban cuarenta minutos para verlo. Paró y observó la fachada del edificio, que decía “Calle del Sol”. Era la calle, testigo de su amor. Sus pies la llevaban al viejo bar, donde antiguas mesas oscuras, sostuvieron sus caricias. Pero ¿qué iba a decirle? El futuro de ambos dependía de sus palabras. Iba a ser mamá, pero no estaba en sus planes. Menos en los de él. Sabía que era un padre amoroso. Sabía que no estaba con ella, por no dejar a sus hijos. Y lo comprendía, tanto como lo amaba. Siguió por la calzada estrecha, y llegó a la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen. Allí vio al niño, que la miraba desde una caja de cristal. Con la angustia contenida en su pecho, salió rápidamente. Sabiendo que su vida terminaba, entró en una farmacia. Nunca más, volvió a “la Calle del Sol”. Y jamás lo volvió a ver.

95.- BAR MAN
Sabía que más pronto que tarde aparecerían por aquí. Vinieron acompañando los restos de mi capitán.De la brigada estuvieron Antón y Juanes. Parece que nos les cabía en la cabeza que un antiguo compañero hubiese abierto un bar en el cementerio. Hablamos de los viejos tiempos, de cuando se me escapó el tiro, y la puta suerte que el chaval muriera en Nochebuena. Entonces yo todavía no era un borracho, o no del todo. El capitán me apartó del servicio y me retiraron el arma, "por tu bién", decían.
Para tener mala suerte primero es preciso haberla tenido buena. Un verdadero desgraciado no conoce la mala suerte. Uno no conoce su higado y, sin embargo, sabe que lo lleva dentro.
El abogado basó la defensa en mi alcoholismo; así supimos que son las botellas las que eligen a los borrachos.

94.- SOLITUD
He amado a dos hombres en mi vida, y uno de ellos me correspondió; pero no sé cual de los dos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

93.- "Kafountine I"
Aquí vengo a morir. Miro el futuro de frente, con calma, y sé que no estaré en él. También recuerdo mi pasado, y sé que no estuviste en él. Pisabas tan cerca, que soñé con que algún día me alcanzases, pero las reglas son claras, meridianas. En tiempos, escuché tu susurro cayendo de mi oído a la almohada, pero al girarme no encontré el fuego que intuía. Ahora sólo escucho el mar, siempre leal, que mira mi futuro desde la otra orilla, mientras el efecto de las pastillas empieza a hacer que mis párpados caigan. Te quise tanto que me siento tan poco que hace tiempo que he muerto. Ya no puedo abrir los ojos. Ya nunca podré abrirlos. Tu estocada fue perfecta. La puntilla fue mía. Aquí vine a morir y creo que la arena entró en mi boca. No hay sangre. Sin alardes, muero como he vivido.
92.- Solitud
Capítulo 1
Lacrimoso, capriccios, andante, adagio.
Capítulo 2
Preludio, tocata, scherzo, fuga.
Capítulo 3
Allegro, Allegro vivace, allegro assai, allegro con motto. Requiem.

91.- La desesperanza
Don Gerineldo – ¿Qué es ese grito que se escucha?
Bar Man- Es usted, don Gerineldo, usted que está naciendo.
Don Gerineldo – ¿Naciendo yo? Pero si ya he cumplido noventa años.
Bar Man – Han trascurrido sólo dos horas del parto y a usted le ha parecido toda una vida.

90.- El detective y la muerte
A la sombra del detective la guiaba la Muerte hasta perderse flotando al final de una calle llamada del Sol. La más oscura de la ciudad, entraña vieja y bohemia de la urbe. Él había visto la luz, pero ya no se lo podría contar a nadie. Su sino, ser un soplón. Buscar la verdad en la basura del alma. No había ya nada que investigar. El muerto, que no puede faltar en un buen relato negro, era él.
Tambaleándose cruzó su Rubicón. Un letrero luminoso que anunciaba barra de bar. Pobre Julio César, la mala suerte estaba echada. Ni juego ni pares, ni mujer fatal ni las fotos de la infidelidad. Cayó de bruces un poco más allá, todavía humeaba. Acaba esa calle, termina la vida. Un disco solar anunciaba el final del túnel para el detective sin gabardina gris, ocaso poético en una calle que llaman del Sol.

89.- Palizeitor
Leyó el titular extrañado: “Séptima víctima en la calle del Sol”. Le era ajeno. No era consciente de sus crímenes. De su horror. Actuaba en los bares. Dolmen, Urban y Rubicón eran sus preferidos. Sus cotos de caza. Se acercaba sigiloso, flotando como un cocodrilo con los ojos entrecerrados y comenzaba a parlotear con sus presas de cualquier tema trivial. Enseguida querían huir, pero ya estaban anestesiados. Política, fútbol, urbanismo, pesca o literatura, nada escapaba de Palizeitor. Así le habían bautizado los pocos clientes que aún se atrevían a pisar la zona. Como antílopes que si se acercan a beber saben que pueden morir a manos del depredador, aquí nadie quería quedarse sin su cerveza… Se asumía el riesgo, encontronazo fatídico. Los que resistían, morían con más dolor. Les mantenía despiertos con su cháchara compulsiva hasta trastornarlos. Otros se dejaban ir dulcemente entre bostezos. No hacía prisioneros. Palizeitor.
88.- El Zoilo viejo
Zoilo, sí. Como mi padre. El bar este era de mi padre, ¿sabe? Treinta años lo atendió. Y después me lo dejó. Claro que entonces… mucha menos gente. Esto que ve empezó hace poco… Primero un tipo me saca una fotografía. Ahí venían los de siempre, nada más. Y un día el tipo vuelve, Pedro se llama, creo, y resulta que ganó algo con esa foto, y me ofrece un dinero. Yo lo rechacé, pero insistió… y me hacía falta. Tiempo después llega otro hombre. Resulta que ganó un concurso, escribiendo sobre la foto ¿Puede creer? Y me da algo también. Yo necesitaba justo esa cantidad. Rarísimo. Y ahí, la gente fue viniendo, comentaban del concurso, se quedaban a tomar algo…
Y acá los ve: un milagro.
Qué quiere que le diga, para mí, el Zoilo viejo anda aburrido allá arriba, y sigue ocupándose de su bar…

87.- Esperanzas
Camisa abierta, cigarrillo en punta, codo sobre la barra. Todo dispuesto para matar. El sujeto aguarda pacientemente a la próxima víctima, a la próxima hembra que, imprudente, pase junto a él, ingrese en ese, su territorio; espera para atajarla antes de que ella se golpeé contra el piso —por el desmayo— y quizá, por eso, merecerla.
Vestido corto, buen escote, peinado salvaje. La joven ingresa en el bar y aguarda pacientemente a la próxima víctima, al próximo macho alzado que, imprudente, pose sobre ella sus ojos, sobre sus piernas, sobre sus pechos, sobre toda ella, y que la gran telaraña atrape a esos ojos, se cierre sobre ellos, y el pobre hombre ya no pueda salir de ese, su territorio —y quizá, por eso, merecerlo.
Él la mira, y baja la mirada.
Ella lo mira, y sigue de largo.
Camisa abierta, cigarrillo en punta…
Vestido corto, buen escote…

86.- Dientes perfectos
Ayer, cuando atravesaba sigilosamente la calle del Sol, me topé con una chica que vestía una falda blanca. La cinturilla era elástica, y jugaba a retorcerla con el dedo índice, para después zafarse del tejido con un gesto resuelto, casi matemático.
Me fijé en ella porque era casi tan guapa como la señorita de los dientes perfectos.

85.- Tornasol duerme
“Un último retoque por aquí, otro por allá, y está terminado”. Guardó el trapo en el armario y se volvió para contemplar su obra recién acabada.
Todo brillaba, refulgía a la luz de los primeros rayos de sol que empezaban a entrar por la ventana.
Sentía una mezcla de satisfacción, por el trabajo correctamente hecho, y de tristeza, porque sabía que nadie iba a apreciarlo como se merecía. Pero eran muchos años realizando esa labor, ya estaba acostumbrada y, en realidad, casi había dejado de molestarle.
De todos modos, a nadie le gusta ver cómo diariamente su esfuerzo es pasado por alto y es pisoteado, ajado y manoseado sin ningún reparo.
Y antes de abrir el establecimiento, ya se había marchado: no quería estar presente cuando los clientes comenzaran a ensuciar aquel bar que ella, con tanto cariño, había dejado como los chorros del oro.

84.- MÍA
Todo empezó con aquel cruce de miradas en el bar “Rubicón”. Nunca antes en mi vida me había impactado tanto la presencia de una mujer. El pulso me aumentó con rapidez al contemplar su profunda mirada, la gracia de su silueta, su elegante caminar. Pensé que era algo que sólo ocurría en las películas, pero, por una vez, comprobé que los flechazos existían realmente. Ahora mi mejor amigo acaba de morir en mis manos. Resulta increíble que el amor pueda derivar en una furia tan intensa, tan incontenible. No debió mirarla. Yo la había visto primero. Me quedé pensativo en el baño un buen rato, mirando cómo discurría la sangre por el lavabo. Por un lado, me arrepentía. Por otro, creía haber hecho lo correcto. Había terminado al fin la larga disputa. Era mía. Sólo mía. Y así sería por siempre. Como en las películas.

83.- ILUSORIO
Si uno se detiene en su intensa mirada, da la sensación de que había tenido una vida gozosa como pocas. Sin embargo, se había pasado la mitad de ella bajo el techo de su local. Su experiencia como barman le había permitido descubrir historias de toda clase, aquellas que le contaban los clientes. Entre copa y copa, alterna la escucha con las preguntas para sonsacar los detalles y enriquecer los ya de por sí interesantes relatos. Así, disfruta tanto como los propios consumidores e incluso más, porque luego tiene la oportunidad de contar las mejores historias a sus amigos. Claro que estos placeres también tienen efectos secundarios: los derivados de respirar el humo que generan las docenas de cigarrillos. Pero la peor de las consecuencias reside en el hecho de que en realidad no había vivido las incontables experiencias que vagan por su mente.

82.- Compartiendo soledades
Las emociones del solitario son siempre más intensas que las del sociable. Surgen en su mente ideas osadas, caprichosas. Inventa realidades. También tiene cabida lo irracional, lo incontrolable y se cree sus fantasías. No hay una segunda opinión, ni tercera. El solitario se siente librepensador, crea sin miedo y sin tapujos. Pero sin compartir, sin contar con esa segunda opinión, ni con la tercera. En la soledad habita el atrevimiento, se improvisan moralejas, importa el ritmo y se puede repetir. Pero los razonamientos dañinos fabricados en soledad se enganchan y enredan sin que nadie ayude a deshacer el nudo. Es en contacto con los sociables cuando se trenzan nuevas versiones a partir de individualidades, uno es parte del cordel. Será que no hay que estar demasiado tiempo solo ni demasiado tiempo rodeado. Ahora bien, ¿se puede elegir cuánto tiempo es demasiado?

81.- ENTRE BOTELLAS
Sentada en el mostrador cierras los ojos entre botellas. Tu palidez destaca ante el azul de los párpados y el bermellón de los labios. Tu cara parece extasiada.
Los clientes te han dejado en Solitud. Posiblemente naufragas despierta en un sueño: te despojas de todos los adornos (chal, pieles, flores…). Necesitas salir de ese antro, de esa cueva que ha decolorado tu rostro y te ha dado la pátina de la muerte. Aunque en tiempos de crisis el mañana sea demasiado inseguro para planes, el deseo de abandono no deja de martillar tu cabeza. ¡Has cargado con muchos sinsabores detrás de la barra!
Al día siguiente, como si estuvieses pintada en un cuadro, sigues en el mismo antro, con esos dedos que parecen querer acariciar las teclas de un piano, con tus flores, pieles y tu rostro desvaído.