miércoles, 18 de noviembre de 2009

108.- EL TORREÓN DE LA CALLE DEL SOL
Se quedó esperando una vida a que ella volviera a cruzar la calle y subiera otra vez al torreón a dar de comer a las palomas, como aquel verano, cuando tomaban el sol para horror de la madre, que portaba la sombrilla como una extensión de sus extremidades. Cuando comenzó a hacer frío y ya no eran unos niños, ella cruzaba la calle y contaban estrellas, hasta que una noche de niebla sin luna, él contó los botones de su blusa mientras ella le acariciaba la cara humedecida. Los muchachos que ella había besado los labios no le sabían a sal, no tenían las manos encallecidas ni la nuca ennegrecida por el sol. Dijeron que ella nunca regresó a la calle del sol, pero aún se ven palomas que comen cada día en el torreón, por aquellos a quien ya nadie conoce, quienes se han convertido en leyenda.

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