La mujer de los ojos prestados vivía sabiendo cosas que no sabía, conociendo gente que no conocía. Un día que, como cada noche, reposaba lenta en el Rubicón, llegó un hombre.
-Usted tiene mis ojos, y yo quiero recuperarlos –dijo él.
La mujer de los ojos prestados miró al hombre y vio en sus ojos lo que ella era.
-Usted también tiene mis ojos y yo también quiero recuperarlos –dijo ella.
La larga búsqueda había acabado. Condenados a ver y a verse por los ojos del otro hombre y mujer se fueron juntos, con la certeza de no querer renunciar jamás al espejo de sus miradas.
-Usted tiene mis ojos, y yo quiero recuperarlos –dijo él.
La mujer de los ojos prestados miró al hombre y vio en sus ojos lo que ella era.
-Usted también tiene mis ojos y yo también quiero recuperarlos –dijo ella.
La larga búsqueda había acabado. Condenados a ver y a verse por los ojos del otro hombre y mujer se fueron juntos, con la certeza de no querer renunciar jamás al espejo de sus miradas.
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