jueves, 19 de noviembre de 2009

176.- Las tijeras
El amante llegó con una primavera celosa en forma de ramo bajo el brazo. Llegaba tarde, la prisa le hacía surcos de sudor sobre la frente, cruzándole como un riachuelo la cara. Para subir a la calle del Sol inspiró fuerte, y subió prácticamente a tientas los últimos metros, sufriendo ya prácticamente el desamor por la tardanza.
La amante miró el reloj y en vez de agujas, dos alfileres le ahogaron la vista. Una vez más, suspiró. Traía unas tijeras en el bolso, harta ya de la confianza, de la espera, de los atascos y de las medias naranjas hechas zumo. Cortó entonces pulcramente el fino hilo que le unía al amante, y se metió decidida y sola en el primer bar de la calle.
Al cortarse el hilo, el amante rodó calle abajo, desolado. Las flores, aburridas de su belleza, se abismaron también con los restos de su corazón.

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