miércoles, 18 de noviembre de 2009

118.- Mateo
Mateo no lo sabía ni yo se lo diría nunca, es más, morí sin percatarlo.
La tarde que entré en aquel bar de la Calle del Sol había sido atraído por la disposición de las mesas, por aquel olor a café bueno recién molido y, sinceramente, por la preciosidad que entró ante mí.
Aquel bombón desapareció en unos minutos. Ni me percaté, porque ya había suscitado mi primer contacto con un camarero socarrón y profundo. El resto fue como nacer de nuevo. Me dejó su corazón como el alma de su bar, abierto. Nos hicimos Amigos.
El día de mi muerte fue un día de fiesta, había sido feliz y consciente de serlo gracias a él.
Todas las noches de ánimas, visto mis mejores galas, paseo por la Calle del Sol, escojo a alguien con corazón y lo atraigo hacia su bar. De lo demás, ya se encarga Mateo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario