Supo que lo suyo era una ilusión sin fundamento. Y sintió que los años pasados tras el mostrador estaban comenzando a pesarle, casi tanto como la vida.
Ella llegó como cada tarde, con el pelo cobrizo enmarañado, los ojos grandes y tristes y los labios exageradamente rojos. Se acomodó en la barra y pidió una cerveza bien fría, como siempre.
La miró, no como siempre. Con las pupilas empañadas por la edad y el amor imposible escondido por décadas.
Cuando el otro hombre se acercó, los ojos disfrazaron la tristeza y la boca exageradamente roja esbozó una sonrisa tímida.
A él, las esperanzas destrozadas le ahondaron el rictus de amargura y en su frente marchita la angustia le imprimió un repliegue más.
Ella llegó como cada tarde, con el pelo cobrizo enmarañado, los ojos grandes y tristes y los labios exageradamente rojos. Se acomodó en la barra y pidió una cerveza bien fría, como siempre.
La miró, no como siempre. Con las pupilas empañadas por la edad y el amor imposible escondido por décadas.
Cuando el otro hombre se acercó, los ojos disfrazaron la tristeza y la boca exageradamente roja esbozó una sonrisa tímida.
A él, las esperanzas destrozadas le ahondaron el rictus de amargura y en su frente marchita la angustia le imprimió un repliegue más.
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