miércoles, 18 de noviembre de 2009

125.- EL TABERNERO
El aspecto de este hombre (sin duda tabernero), de barba hirsuta, arrugas profundas, mirada picara, con la mueca de una sonrisa que aparece como una ilusión, jersey de lana de punto gordo y delantal blanco, aparentemente apoyado en la barra en una aptitud de atención reflexiva, con la presencia difusa de una estantería de botellas, me sugiere la existencia de una taberna.
Una taberna que no alcanzo a ver en la fotografía, pero que a mi capricho, la imagino acogedoramente descuidada, poco iluminada, con paredes sórdidas y huesos de aceituna en el suelo sin barrer, en donde nunca falta el platito de ensaladilla rusa en la barra y el café lo sirven en vaso de cristal.Un aire confortablemente viciado, donde intuyo sus fragancias a humo de tabaco, fritos de sartén y orín de retrete. Territorio de generosa acogida, lugar de reposo y encuentro, siempre abierto, en donde los parroquianos, alrededor del vino y la cerveza cuentan al tabernero historias de otros como si fueran suyas.

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