jueves, 12 de noviembre de 2009

37.- Nada es tan opresivo cómo un viaje fijado
Cómo se fuera sábado u otra maravilla semejante, hicimos las maletas. Guardamos lo que quedaba de la plaza deserta e cerramos las ventanas. Había un silencio redondo, de verano, puntuado sólo por el viento. Hasta los insectos parecían apaciguar su existencia en el calor.
Si no fuera la prisa, podríamos habernos suspendido, durmiendo por dentro de la tarde, sobre el tarde que se haría. Talvez el amor una última vez, una vez más. Pero teníamos que ir, tenía que ser, teníamos que ser. Y fuimos.
Dicen que fue un tiro, pero no es verdad: fue un golpe de luz que nos moldó la piel al nada, una especie de pensamiento muy fuerte antes mismo del final.

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