28.- Berlina y ron
Entré en el bar, esperaba que él estuviera con una cerveza en mano tarareando alguna canción, pero en la barra del Rubicón, sólo estaba una mujer: Tez pálida, boca color sangre, una rosa muerta como sacada del vestido entre los dedos, parecía estar comunicándose con otra esfera.
Pedí un ron con naranja.
Recordaba mi orgullo y su soberbia.
La señora rompió con el ambiente de calidez tétrica y melancolía agridulce, me lanzó la rosa y dijo: “Jack, di a la chica que queda invitada, su amado se retarda porque está dando de comer a los caballos que dicen que se niegan a tirar de la berlina”.
Poco después desapareció.
-Ya has oído María, estás invitada.
Me dijo el jefe sonriente.
-¿Jack? ¿ admites que te paguen con palabras? ¿y yo tengo un amado que se dirige en berlina?
-Ciertamente, prefiero que me pagues, pero puedo sacarte unos cacahuetes.
Entré en el bar, esperaba que él estuviera con una cerveza en mano tarareando alguna canción, pero en la barra del Rubicón, sólo estaba una mujer: Tez pálida, boca color sangre, una rosa muerta como sacada del vestido entre los dedos, parecía estar comunicándose con otra esfera.
Pedí un ron con naranja.
Recordaba mi orgullo y su soberbia.
La señora rompió con el ambiente de calidez tétrica y melancolía agridulce, me lanzó la rosa y dijo: “Jack, di a la chica que queda invitada, su amado se retarda porque está dando de comer a los caballos que dicen que se niegan a tirar de la berlina”.
Poco después desapareció.
-Ya has oído María, estás invitada.
Me dijo el jefe sonriente.
-¿Jack? ¿ admites que te paguen con palabras? ¿y yo tengo un amado que se dirige en berlina?
-Ciertamente, prefiero que me pagues, pero puedo sacarte unos cacahuetes.
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