jueves, 12 de noviembre de 2009

28.- Berlina y ron
Entré en el bar, esperaba que él estuviera con una cerveza en mano tarareando alguna canción, pero en la barra del Rubicón, sólo estaba una mujer: Tez pálida, boca color sangre, una rosa muerta como sacada del vestido entre los dedos, parecía estar comunicándose con otra esfera.
Pedí un ron con naranja.
Recordaba mi orgullo y su soberbia.
La señora rompió con el ambiente de calidez tétrica y melancolía agridulce, me lanzó la rosa y dijo: “Jack, di a la chica que queda invitada, su amado se retarda porque está dando de comer a los caballos que dicen que se niegan a tirar de la berlina”.
Poco después desapareció.
-Ya has oído María, estás invitada.
Me dijo el jefe sonriente.
-¿Jack? ¿ admites que te paguen con palabras? ¿y yo tengo un amado que se dirige en berlina?
-Ciertamente, prefiero que me pagues, pero puedo sacarte unos cacahuetes.

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