42.- No queda nada
Me eché a dormir una tarde de junio de mil novecientos setenta y seis en el número cuarenta y seis de la calle del Sol, por aquellos tiempos calle del Carmen. En el correspondiente sueño aparecieron unos Carmelitas, una cuesta que reflejaba el cielo cuando llovía, un hospital que alguien quería convertir en un hotel, una coctelería de cristales oscuros y luces verdes, la destartalada casa donde la Pufi vendía chucherías, un cuartuco en el que un señor mayor despachaba pan y periódicos, una academia de baile, bolsas de basura amontonadas entre los coches, varias Vespas aparcadas, y Vicente dando vinos y comidas en una esquina de azulejo verde. Cuando me desperté treinta y tres años después me asomé al balcón y, del sueño, sólo quedaban allí los Carmelitas y el bar de Vicente. Visto lo visto me volví a la cama a intentar recuperar mis cosas.
Me eché a dormir una tarde de junio de mil novecientos setenta y seis en el número cuarenta y seis de la calle del Sol, por aquellos tiempos calle del Carmen. En el correspondiente sueño aparecieron unos Carmelitas, una cuesta que reflejaba el cielo cuando llovía, un hospital que alguien quería convertir en un hotel, una coctelería de cristales oscuros y luces verdes, la destartalada casa donde la Pufi vendía chucherías, un cuartuco en el que un señor mayor despachaba pan y periódicos, una academia de baile, bolsas de basura amontonadas entre los coches, varias Vespas aparcadas, y Vicente dando vinos y comidas en una esquina de azulejo verde. Cuando me desperté treinta y tres años después me asomé al balcón y, del sueño, sólo quedaban allí los Carmelitas y el bar de Vicente. Visto lo visto me volví a la cama a intentar recuperar mis cosas.
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