67.- Zapatos de vértigo, miradas que matan
Él estaba allí otra vez. Fumándose un cigarro con ese aire que solo es suyo. Él, que una vez levantó sus más bajas pasiones; él, el hombre que revolucionó su vida de un golpe y la volvió negra, gris, y luego luz. Pensó. Aquel hombre fue sus noches pasajeras, sus sábanas teñidas de alcohol y olvido. Él era todo lo que deseaba. Movimientos torpes tapados con besos. Luego se enteró de que se marchó con la mujer de los tacones rojos. Como todos.
Se levantó y salió de la cafetería. Pasó por delante de él, como si no lo hubiera visto. Hoy se había puesto un vestido estrecho y corto, de esos que quitan el aire; llevaba unos tacones de vértigo, de esos que te hacen ver la vida en otra posición. Al salir por la puerta le echó una mirada de esas que matan.
Él estaba allí otra vez. Fumándose un cigarro con ese aire que solo es suyo. Él, que una vez levantó sus más bajas pasiones; él, el hombre que revolucionó su vida de un golpe y la volvió negra, gris, y luego luz. Pensó. Aquel hombre fue sus noches pasajeras, sus sábanas teñidas de alcohol y olvido. Él era todo lo que deseaba. Movimientos torpes tapados con besos. Luego se enteró de que se marchó con la mujer de los tacones rojos. Como todos.
Se levantó y salió de la cafetería. Pasó por delante de él, como si no lo hubiera visto. Hoy se había puesto un vestido estrecho y corto, de esos que quitan el aire; llevaba unos tacones de vértigo, de esos que te hacen ver la vida en otra posición. Al salir por la puerta le echó una mirada de esas que matan.
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